La joven que iba
hacia el fuego
Yasunari Kawabata
Hi ni yuku manojo, 1924
El agua del lago destellaba a la
distancia. Con el color de una fuente de agua estancada, en un viejo jardín, a
la luz de la luna.
Los bosques en la lejana orilla
se quemaban silenciosamente. Las llamas se expandían mientras yo las observaba:
Un bosque incendiado.
La autobomba corría a lo largo de
la orilla como un juguete, reflejada nítidamente en la superficie del agua.
Multitudes ennegrecían la colina, ascendiendo sin cesar por sus laderas.
Me di cuenta de que el aire que
me circundaba era calmo y claro, pero seco.
El sector del pueblo en la base
de la colina era un mar de fuego.
Una muchacha se separó de la
multitud y descendió sola. Ella era la única que bajaba por la ladera.
Curiosamente, era un mundo sin
sonidos.
No pude soportar verla
encaminarse directamente hacia el mar de fuego.
Entonces, sin palabras, conversé
con su interior.
—¿Por qué bajas por la colina
sola? ¿Es para morir quemada?
—No quiero morir, pero tu casa
queda hacia el Oeste y por eso yo me dirijo hacia el Este.
Su imagen —un punto negro con el
fondo de las llamas que inundaban mis ojos— laceró mis pupilas. Me desperté.
Las lágrimas se escurrían por mis
sienes.
Ella había dicho que no quería ir
hacia mi casa. Lo comprendí. Todo lo que ella pensara estaba bien. Forzándome a
ser racional, en apariencia me había resignado a que sus sentimientos hacia mí
se hubieran enfriado; sin embargo, con obstinación quería imaginar, sin
relación con la muchacha real, que en algún lugar ella guardaba una brizna de
sentimiento por mí. Y si bien yo aparentaba desdén, secretamente deseaba que
eso cobrara vida.
¿Significaba este sueño que en el
fondo de mi corazón yo sabía que ella no tenía el menor afecto por mí?
El sueño es expresión de mis
emociones. Y sus emociones en el sueño eran las que yo había creado para ella.
Eran mías. En un sueño no hay simulación ni fingimiento.
Me sentí desolado al pensarlo.