LOS TRIUNFOS DE UN
TAXIDERMISTA
H. G. WELLS
He aquí algunos de los secretos
de la taxidermia. Me los contó un taxidermista en estado de euforia, entre el
primero y el cuarto whisky, cuando se ha dejado de ser cauteloso y todavía no
se está borracho. Estábamos sentados en su guarida, exactamente en la
biblioteca, que era a la vez sala de estar y comedor. Una cortina de cuentas la
separaba, por lo que al sentido de la vista se refiere, del maloliente rincón
donde ejercía su oficio.
Estaba sentado en una hamaca y,
con los pies, en los que llevaba puestas, a modo de sandalias, las reliquias
sagradas de un par de zapatillas, daba golpecitos a los carbones que no ardían
bien o los quitaba de en medio poniéndolos sobre la chimenea, entre la
cristalería. Los pantalones, dicho sea de pasada pues no tienen nada que ver
con sus triunfos, eran del más horrible amarillo de tela escocesa, de los que
hacían cuando nuestros padres llevaban patillas y había miriñaques en el país.
Además tenía el pelo negro, la cara rosada y los ojos de un marrón fiero, y su
chaqueta consistía fundamentalmente en grasa sobre una base de pana. La pipa
tenía una cazoleta de porcelana con las Tres Gracias, y llevaba siempre las
gafas torcidas de forma que el ojo izquierdo, pequeño y penetrante, le
fulminaba a uno desde su desnudez, mientras que el derecho aparecía oscuro,
engrandecido y suave a través del cristal.
Se expresaba en los siguientes
términos:
—No hubo jamás un hombre que
disecara como yo, Bellows, jamás. He disecado elefantes, he disecado polillas,
y todo lo que he disecado parecía mejor y más animado que al natural. He
disecado seres humanos, principalmente ornitólogos aficionados, aunque también
disequé una vez a un negro. No, no hay ninguna ley que lo prohíba. Lo hice con
todos los dedos extendidos y lo utilicé como percha para sombreros, pero ese
tonto de Homersby tuvo una pelea con él una noche, ya muy tarde, y lo estropeó.
Fue antes de que nacieras. Es muy difícil conseguir pieles, si no haría otro.
»Desagradable? No lo creo. A mi
entender, la taxidermia es una prometedora tercera alternativa a la inhumación
y a la cremación. La gente podría mantener a su lado a los seres queridos.
Chucherías de ese tipo distribuidas por la casa harían tan buena compañía como
la mayor parte de la gente, y mucho más barata. Se les podría poner mecanismos
para que hicieran cosas. Por supuesto habría que barnizarlos, pero no tendrían
que brillar más de lo que mucha gente brilla por naturaleza. La cabeza calva
del viejo Manningtree… De todos modos, se podría hablar con ellos sin que
interrumpieran. Incluso las tías. La taxidermia tiene un gran futuro por
delante, ya lo verás. Están también los fósiles…
De repente se quedó en silencio.
—No, creo que no debería contarte
eso —chupó pensativo la pipa—. Gracias, sí. No demasiada agua. Desde luego, se
entiende que lo que te cuente ahora no saldrá de aquí. ¿Sabes que he hecho
algunos dodos y una gran alca? ¡No! Evidentemente no eres más que un aficionado
a la taxidermia. Mi querido amigo, la mitad de las grandes alcas que hay en el
mundo son tan auténticas más o menos como el pañuelo de la Verónica, como la
Sagrada Túnica de Tréveris. Los hacemos con plumas de somormujo y cosas así. ¡Y
también los huevos de la gran alca!
—¡Santo cielo!
—Sí, los hacemos de porcelana
fina. Te aseguro que merece la pena. Llegan a valer… uno llegó a trescientas
libras justo el otro día. Ése era realmente auténtico, según creo, pero desde
luego nunca se está seguro. Es un trabajo muy fino, y posteriormente hay que
envejecerlos porque ningún poseedor de estos preciosos huevos comete jamás la
temeridad de limpiarlos. Eso es lo bonito del negocio. Incluso cuando sospechan
de un huevo no les gusta examinarlo demasiado detenidamente. En el mejor de los
casos es un capital tan frágil…
»No sabías que la taxidermia
alcanzara semejantes cimas. Pues, amigo mío, las ha alcanzado mayores. Yo he
rivalizado con las manos de la mismísima Naturaleza. Una de las grandes alcas
auténticas —su voz se convirtió en un susurro— …una de las auténticas, la hice
yo. »No. Tienes que estudiar ornitología y descubrirlo por ti mismo. Es más,
una agrupación de comerciantes me ha planteado poblar con especímenes uno de
los inexplorados islotes rocosos al norte de Islandia. Quizá lo haga… algún
día. Pero en estos momentos tengo otra cosita entre manos. ¿Has oído hablar del
Diornis?
»Es uno de esos grandes pájaros
que se han extinguido recientemente en Nueva Zelanda. Comúnmente se les llama
moa, justo porque están extinguidos: no hay ningún moa vivo. ¿Comprendes?
Bueno, se conservan huesos, y en algunas marismas han aparecido incluso plumas
y fragmentos secos de la piel. Pues bien, yo voy a… bueno, no hay por qué
ocultarlo, voy a falsificar un moa disecado completo. Conozco a un tipo por ahí
que pretenderá haberlo encontrado en una especie de ciénaga antiséptica y dirá
que lo disecó inmediatamente porque amenazaba con hacerse pedazos. Las plumas
son muy peculiares, pero he logrado un método sencillamente maravilloso de
trucar trozos chamuscados de pluma de avestruz. Sí, ése es el nuevo olor que
has notado. Sólo pueden descubrir el fraude con un microscopio y difícilmente
se molestarán en hacer pedazos un bonito espécimen para eso.
»De esta manera, como ves, aporto
mi empujoncito al avance de la ciencia. Pero todo esto es pura imitación de la
Naturaleza. En mi carrera profesional he hecho más que eso. La he… vencido.
Quitó los pies de la chimenea y
se inclinó confidencialmente hacia mí.
—He creado pájaros —dijo en voz
baja—. Pájaros nuevos. Mejoras. Pájaros jamás vistos.
En medio de un silencio
impresionante recobró su postura.
—Enriquecer el universo,
realmente. Algunos de los pájaros que hice eran clases nuevas de colibríes, y
eran animalitos muy bonitos, aunque alguno era simplemente raro. El más raro
creo que fue el Anomalopteryx Jejuna. Del latín jejunus —a —um, vacío, se llamaba
así porque realmente no tenía nada, era un pájaro totalmente vacío, salvo el
disecado. El viejo Javvers es el que lo tiene ahora, y supongo que está casi
tan orgulloso de él como yo mismo. Es una obra maestra, Bellows. Tiene toda la
estúpida torpeza de tu pelícano, toda la solemne falta de dignidad de tu loro,
toda la desgarbada delgadez de un flamenco con todo el extravagante conflicto
cromático de un pato mandarín. ¡Qué pájaro! Lo hice con los esqueletos de una
cigüeña y un tucán, y un montón de plumas. Para un verdadero maestro en el
arte, querido Bellows, esa clase de taxidermia es puro gozo.
»¿Que cómo se me ocurrió? De
manera bastante sencilla, como ocurre con todos los grandes inventos. Uno de
esos jóvenes genios que nos escriben Notas Científicas en los periódicos se
hizo con un folleto alemán sobre los pájaros de Nueva Zelanda, y tradujo parte
de él a base de diccionario y de sentido común —con lo poco común que es este
sentido—, y se hizo un lío con el Apteryx vivo y el Anomalopteryx extinto.
Hablaba de un pájaro de cinco pies de altura que vivía en las selvas de la Isla
del Norte, raro y asustadizo, cuyos ejemplares eran difíciles de obtener, y
cosas así. Javvers, que incluso como coleccionista es una persona terriblemente
ignorante, leyó esos párrafos y juró que conseguiría el ejemplar a cualquier
precio. Acosó a los comerciantes con pesquisas. Eso muestra lo que puede hacer
un hombre persistente, el poder de la voluntad. Ahí estaba un coleccionista de
pájaros jurando que conseguiría un espécimen de un pájaro que no existía, que
nunca había existido, y que a causa de la mismísima vergüenza de su propia y
blasfema inelegancia probablemente no existiría en estos momentos de haber
podido impedirlo. Y lo consiguió. Lo consiguió.
»—¿Un poco más de whisky,
Bellows? —preguntó el taxidermista despertándose de una pasajera contemplación
de los misterios del poder de la voluntad y de las mentes de los
coleccionistas. Y una vez llenados de nuevo los vasos, procedió a contarme cómo
había montado la más atractiva de las sirenas, y cómo un predicador ambulante
que no podía atraer a la audiencia por culpa suya la hizo pedazos en Burslem
Wakes diciendo que aquello era idolatría o algo peor. Pero como la conversación
de todas las partes implicadas en esta transacción, el creador, el presunto
conservador y el destructor no es uniformemente adecuada para la publicación,
este jocoso incidente debe permanecer sin imprimir.
El lector no familiarizado con
los tortuosos procedimientos de los coleccionistas puede que se incline a dudar
de mi taxidermista, pero por lo que respecta a los huevos de la gran alca y los
falsos pájaros disecados me he encontrado con que tiene la confirmación de
distinguidos escritores de ornitología. Y la nota sobre el pájaro de Nueva
Zelanda ciertamente apareció en un periódico matinal de inmaculada reputación,
pues el taxidermista tiene un ejemplar que me ha enseñado.