EL FILÓSOFO
«¡Ya basta de pensamientos, filósofo!
¡Demasiado has estado soñando
a oscuras en este triste aposento
mientras brilla el sol del verano!
Alma que barre el espacio, ¿con qué triste estribillo
culmina una vez más tu cavilar?
»“¡Oh, cuándo llegará el tiempo en que dormiré
sin identidad, y ya no me preocupará cómo moja la lluvia
o cómo la nieve me cubre!
¡Ningún paraíso prometido estos deseos salvajes
satisfará por completo, o a medias tan siquiera;
ningún infierno aborrecido con sus fuegos incesantes
doblegará esta incesante voluntad!”»
«Así dije, y aún digo lo mismo;
y aún, hasta mi muerte, lo diré:
tres dioses, dentro de este pequeño envoltorio,
guerrean noche y día;
el cielo no podría contenerlos a todos, y sin embargo
están todos contenidos en mí;
y míos han de ser hasta que me olvide
de mi entidad actual.
¡Oh, cuándo llegará el tiempo en que en mi pecho
sus luchas cesarán!
¡Oh, cuándo llegará el día en que descanse
y ya no sufra más!»
«Vi a un espíritu, hombre, de pie
donde estabas tú hace una hora
y alrededor de sus pies tres ríos corrían
de igual profundidad e igual caudal:
una corriente de oro, y una como de sangre
y una que parecía ser de zafiro;
pero, donde sus triples aguas se juntaban,
sobre un mar de tinta se precipitaban.
El espíritu lanzó una cegadora mirada
sobre la sombría noche de ese océano
y después, prendiendo todo con súbito resplandor,
la alegre profundidad centelleó amplia y brillante:
blanca como el sol, mucho, mucho más clara
de lo que lo eran sus fuentes divididas.»
«En busca de ese espíritu, adivino,
me he pasado la vida observando y acechando;
le busqué en el cielo, en el infierno, en la tierra y en el
aire:
una búsqueda sin fin y que siempre se frustraba.
Pero si hubiese visto su mirada resplandeciente
iluminar por una vez las nubes que me extravían,
nunca habría gritado ese anhelo cobarde
por dejar de pensar y dejar de existir;
nunca habría llamado bendición al olvido
ni, estirando las manos ansiosas hacia la muerte,
imploraría cambiar por descanso insensible
esta alma sintiente, este aliento viviente.
Oh, déjame morir: este poder y voluntad
podrán acabar su cruel conflicto
y el bien vencido y el daño vencedor
reposar confundidos en uno solo.»
EMILY BRONTË