Parte 1
La comida dentro del cine hecho en México siempre ha sido un elemento
importante para detonar grandes tramas, por ejemplo, Macario y su sueño de
comerse un guajolote lo llevó a conocer a la Muerte. El Jaibo en Los
olvidados pidió una torta de chorizo con huevo que nunca tomó por escapar
de la justicia. Incluso en El ángel exterminador un pequeño banquete
sirvió para encapsular a un grupo de personas en una habitación de la cual no
pudieron salir durante un tiempo.
Pareciera que las grandes tramas están elaboradas por sucesos históricos,
sociales o económicos. Sin embargo, la comida o las bebidas son el pretexto
preciso para que las cosas ocurran. No por nada en la película La chica del
dragón tatuado, Stellan Skargard le dice a Daniel Craig, antes de
torturarlo, que el miedo a la ofensa es más fuerte que el miedo al dolor, y por
esa sencilla razón de cortesía (porque Skargard lo invitó a tomar algo) Stellan
pudo capturar a Craig para jugar sádicamente con él.
En sí, la cortesía y la comida son un elemento clave en la gastronomía
mexicana y en su cultura. Por ejemplo, cuando llegó el cine a México, que fue
el 6 de agosto de 1986, los enviados de los hermanos Lumière, quienes eran
Gabriel Veyre y Claude Ferdinand von Bernard, fueron recibidos cordialmente en
la residencia oficial de Porfirio Díaz, en Chapultepec. En dicho lugar se les
brindaron platillos franceses y los más exquisitos platillos mexicanos,
principalmente mole almendrado con guajolote.
Esta cortesía hizo que el cine llegara a México no sólo como un producto
comercial, sino también como un instrumento que permitió documentar las épocas
y sus costumbres. Así, en 1906 apareció uno de los primeros cortos que
reflejaban la vida dentro del México del porfiriato, que es Una fiesta
popular en los llanos de Anzures, reparto de barbacoa y comida al aire libre,
de Salvador Toscano; en 1909, Toscano también presentó su documental titulado Comida
dada a cuatro mil pobres en honor del C. Ramón Corral y servida por
distinguidas señoritas de nuestra mejor sociedad. En 1922, Pedro Vázquez
presentó su corto El pulque y, en 1938, entregó otro documento titulado La
producción del pulque en México.
Aunque estas piezas cinematográficas son indispensables para otorgar una
relación entre el cine y la gastronomía, lamentablemente no se encuentran al
alcance del público en general, sino sólo en instituciones que tienen la
capacidad de resguardar y cuidar tales archivos, como es el caso de la Cineteca
Nacional.
La mención de estos cortos ayuda a entender cómo el rumbo del cine creado
en México comenzó a tomar una temática nacionalista, romantizando estereotipos
de la cultura mexicana.
Uno de los guionistas y directores que contó una historia romantizada de
México, fue Emilio Fernández, quien utilizó en repetidas ocasiones la narración
de los indígenas humildes, vestidos con pantalones y falda de manta, que habitaban
en casas de madera o palma. Esto se puede ver en María Candelaria, donde
el personaje interpretado por Dolores del Río muestra cómo los habitantes de
Xochimilco morían a causa del paludismo y debían refugiarse en su humilde
morada. Asimismo, esta romantización del indígena bueno, humilde y lejano de
toda maldad de la civilización occidental, se puede ver en La Perla,
pues Juana y Kino se resguardan de los rufianes que desean robarles una perla
que, al final, los llevará a una tragedia sinigual en el cine mexicano de la
primera mitad del siglo XX, que es mostrar la brutal muerte de un infante en
una pantalla grande.
Las películas de Emilio Fernández encapsulan la mexicanidad con
estereotipos muy bien explotados, que reflejan el cacicazgo de Don Damián al
apropiarse de la medicina que previene el paludismo en María Candelaria;
el revolucionario justo y sacrificado en Enamorada, el extranjero
malvado en La Perla; el Charro macho e inteligente en El Rapto; o
la mujer Santa en María Candelaria, Enamorada y en Flor
Silvestre.
Los estereotipos fueron de gran utilidad para Fernández, quien una vez dijo
“Sólo existe un México: el que yo inventé”. Y, lamentablemente, bajo este
argumento, la gran mayoría de filmes del cine mexicano se sustenta en
estereotipos que marcan un nacionalismo exacerbado que, posteriormente, Luis
Buñuel desmoronaría con Los Olvidados, El ángel exterminador o en
Viridiana.
No obstante, algo que no se toma mucho en cuenta en el cine de Emilio
Fernández es la comida y es que las menciones de los alimentos son escasos,
pero si se pone atención a los platillos se puede observar la gran diferencia
que existen en las clases sociales.
Por ejemplo, en las películas María Candelaria y La Perla,
los personajes indígenas comen tortillas y frijoles, mientras que en Flor
Silvestre o en Enamorada, las personas con una mejor posición
económica, pueden degustar de platillos o banquetes más elaborados, así María
Félix en Enamorada puede saborear el mole que consume desde una gran
cazuela.
Aunque los platillos que aparecen en los filmes de Emilio Fernández no
pueden ser analizados con más complejidad, son suficientes para entender esta
riqueza del cine mexicano que, posteriormente, comenzaría a formar artistas que
ya no veneran los estereotipos, sino que hacen sátira de ellos.
Parte 2
Los estereotipos mexicanos no sólo se muestran en los filmes de Emilio
Fernández, sino también en otras cintas del cine de oro, por ejemplo, en la
película Primero soy mexicano se preserva la imagen del campesino
ranchero con la gran actuación de Joaquín Pardavé. Asimismo, en Dos tipos de
cuidado el ranchero vuelve con más fuerza, mostrando a dos de sus grandes
figuras: Jorge Negrete y Pedro Infante, quienes cantan y se retan mientras el
mariachi los acompaña.
Esta manera de narrar y encapsular lo mexicano en las películas también se
observa en la gastronomía, pues en Dos tipos de cuidado, Jorge Negrete y
Pedro Infante cantan a las tradiciones y a los platillos típicos. En Primero
soy mexicano, Luis Aguilar después de tanto renegar de la gastronomía
mexicana, decide probar nuevamente un taco de chicharrón en chile verde. En Acá
las tortas, Carlos Orellana interpreta a un dueño de una tortería que tiene
demasiado éxito, pero que sus hijos reniegan de él por oler a grasa y chipotle.
No obstante, este tipo de temáticas se convirtieron en una fórmula continua
para exaltar lo mexicano. En consecuencia, otros actores se dieron cuenta de
tales aspectos y comenzaron a ironizar a los rancheros, a los machos, a los
cantantes, a todo lo que tenía que ver con lo mexicano. De esta manera,
aparecen dos grandes maestros de la ironía: Cantinflas y Tin Tan.
Por ejemplo, Cantinflas en su película El siete machos se burla de
las temáticas de rancheros y las combina con los westerns estadounidenses. Así,
Mario Moreno puede dispararle a un cigarrillo sin apuntar y atinarle. De igual
manera, su personaje Cantinflas ya no toma tan en serio las tradiciones
culinarias mexicanas, pues le hace burla a las recetas del mole.
Por otra parte, Tin Tan se burla de las buenas costumbres y deja en claro
que la sociedad mexicana no es nada coherente, pues en la película El niño
perdido, su personaje ya supera los veinte años y él se sigue comportando
como un niño. Al final, nada que una borrachera no pueda solucionar para
encontrar el amor de su vida.
Aunque este tipo de películas ironicen sobre los estereotipos mexicanos, no
existe una crítica mordaz como lo hizo Luis Buñuel, quien mostró cómo la
sociedad mexicana no era tan unida ni bella como en las películas del cine de
oro, así la aparición de Los olvidados hizo que Jorge Negrete soltara un
grito al cielo, porque desmoronaba esa idea alejada de un México ideal en donde
todos eran felices con lo que tenían.
Incluso Buñuel desmoronó la idea de que la comida mexicana era un producto
que enorgullecía a todas las clases sociales, pues no sólo bastó su mención de
la torta de chorizo con huevo que el Jaibo le solicita al vendedor ambulante,
sino que a través de los banquetes que ofrecía en casas lujosas, comenzó a
encerrar a la burguesía en una burbuja hasta recordarles que el humano es sólo
un disfraz de buenas costumbres que pueden perderse ante la lucha instintiva de
permanecer con vida. Por esta razón, El ángel exterminador es una
película donde el surrealismo cobra un sentido de crítica social elevada.
A pesar de las continuas críticas que Buñuel recibió por desmoronar un
estereotipo nacionalista en el cine mexicano, él siguió ironizando sobre la
religión. De tal manera, en Simón del desierto muestra cómo el ascetismo
que pregonaba Simón no era más que un periodo de la vida que el progreso
destruyó y que, después del lanzamiento de las bombas nucleares en Japón, el
destino humano no es más que “carne radioactiva”.