La historia es una fuente inagotable de temas, por esa razón el cine bebe de ella hasta saciarse y la utiliza de maneras muy diferentes y con distintos objetivos. Maneras y objetivos que Rafał Marszałek clasifica y examina al detalle. Así, por ejemplo, en el cine de «capa y espada» la historia debe sobre todo entretener; en las películas biográficas, conmover; y en las superproducciones, asombrar. Aún hay otra categoría cinematográfica de gran vigencia hoy que pretende, a través de acontecimientos del pasado convenientemente escogidos y presentados, convencer a los espectadores sobre alguna idea de actualidad. Son películas discursivas, persuasivas, tendenciosas, o como usted quiera llamarlas. A veces polemizan con algún estereotipo ya consolidado en la conciencia y, otras veces, imponen nuevos. Eso sería todo, en un resumen muy rápido del contenido de este libro, interesante y esencial, aunque, por desgracia, escrito de una manera terriblemente enrevesada. Y ahora, algunas reflexiones mías sobre el tema: ¿por qué será que entre las películas que más aprecio no hay ninguna de carácter histórico? Debo reconocer que voy al cine, las veo, y a veces incluso les doy el visto bueno. Sin embargo, siempre me falta algo en ellas, o encuentro algo en exceso. Las películas de «capa y espada» no me divierten en absoluto y, por lo general, dejo de pensar en ellas incluso antes de que terminen. Al ver los melodramas sobre la vida de grandes individuos me reafirmo en el convencimiento de que, en ellas, las fronteras de la verdad biográfica son infranqueables. Nunca aparece un héroe mellado, una heroína picada de viruela, un gran artista con estrabismo. Y en el interior de sus casas, donde viven, nunca hay moscas, y los muebles son siempre de la misma época en la que transcurre la acción, como si antes acostumbrasen a tirar por la ventana los armarios de abuelos y bisabuelos. En las superproducciones siempre me pregunto cuánto han costado y para qué. Si se trata de una película que trata de convencerme de algo, me la creo mientras no sea algo excesivamente agresivo. Pero si se da este caso, de inmediato comienzo a sospechar que todo es probablemente al revés de lo que se cuenta. Pero la razón principal para desconfiar de las películas históricas que son esas terribles introducciones en forma de subtítulo que tienen que introducir al espectador in medias res. Explicaciones que desaparecen siempre demasiado rápido, antes incluso de poderlas terminar de leer o de retenerlas en la memoria. Sin embargo, dado que me parecen un subgénero significativo de la literatura cinematográfica, trataré de dejarles aquí una muestra de su espíritu: «A la enigmática muerte de Palliser XXIII, el último rey de los Homínidos, estalló una sangrienta disputa por las Tierras Altas entre el antiquísimo linaje de los príncipes del Pentágono y la camarilla palaciega, al frente de la cual se encontraba el barón de Neanderthal, Cherep I el Chabacano, nieto de la vengativa Filogenia, sobrina del decrépito Hundschwatz, el triunfador del valle. Mientras tanto, tras los muros de Shayba, en las orillas del Rubicón, sitiados desde hace 117 años, ha estallado una terrible epidemia de diabetes. Se han roto los tratados con los pequineses. La vida de Gibon el Epígono, el monarca menor de edad de los Bumeranes, está en peligro. El pueblo comienza a cuchichear y a partir para Baden-Baden»... He aquí.
Cracovia-Wrocław, Wydawnictwo Literackie, 1984