“La cultura de la sanación”: Un ensayo de Louise Glück | MÁS LITERATURA


Louise Glück

 

LA CULTURA DE LA SANACIÓN

LOUISE GLÜCK

 

Respecto al restaurativo poder del arte, debe realizarse una distinción entre la experiencia del lector y la experiencia del escritor. Para el lector, una obra de arte puede ser una especie de mantra: al dar forma a la devastación, el poema rescata al lector de la oscuridad sin forma o sin gravedad; es una isla en caída libre; se convierte en su compañero de duelo, su rescatista, una prueba de que el sufrimiento puede, de alguna manera, brindar significado.

Vivimos en una cultura casi fascista por la aplicación del optimismo. Una gran vergüenza se le atribuye a la idea y al espectáculo de la experiencia del dolor[1]: el incentivo para suprimir o negar o truncar el dolor se manifiesta en dos extremos -el culto a la salud perfecta (tanto física como psicológica) y, por el otro lado, lo que se puede llamar una pornografía de las cicatrices, el aparente sinfín inundado de memorias y poemas y novelas enraizadas en la suposición de que la exhibición del sufrimiento debe crear un arte auténtico y potente. Pero, si sufrir es tan difícil, ¿por qué debería ser su expresión tan sencilla? Trauma y pérdida no son, en sí mismos, arte: son media metáfora.

De hecho, el tipo de trabajo al que me refiero -por muy cierta que sea su experiencia personal- está contaminado por una especie de avidez preventiva. Parece demasiado preparado para habitar los más dramáticos extremos; demasiado preparado para negar la pérdida como continuidad, como un hecho inmutable. Propone en su lugar, una narrativa de triunfo personal, una narrativa repleta de etiquetas como “crecimiento” y “sanación” y “autorrealización” y culminando en la descalificada alma o la compresiva declaración del todo, como si la pérdida fuera meramente un catalizador para la superación personal. Pero como el poder de la pérdida es socavado o negado, o también el hablante llega a parecer enteramente un constructo, inhumano.

Mi propia experiencia de un sufrimiento agudo, ya sea en la vida o en el trabajo, es aquella en la que durante algunos periodos no hago absolutamente nada sino permanecer viva, con la premisa de estar, si permanezco con vida, al menos presente por si algo cambia. Tampoco creo que la peculiar resiliencia de los artistas es una función del poder restaurativo del arte. La experiencia del artista con su propio trabajo alterna pánico con gratitud. Lo que es constante, lo que parece para mí una fuente de resiliencia (o fortaleza), es la capacidad por una intensa capacidad de absorción impulsada. Tal absorción crea una especie de intermisión desde el interior; eso deriva, en el artista, de una profunda creencia sobre la importancia del arte (aunque no necesariamente de su propio arte, excepto en la presencia del suyo). Intervalos a lo largo de su vida, el artista es removido de esa vida por concentración; él vive por un tiempo en suspensión que también es búsqueda, un respiro que asimismo es una tensión aguda. Su creencia en arte, e inversión en arte, en el sueño de la articulación, lo proyecta constantemente dentro del futuro -el momento hipotético en el cual la comprensiva oscuridad adquiere límites y forma. Por nostalgia, se sustituye terror y hambre; por el ideal de restauración se sustituye un ideal de descubrimiento. Hacia qué fin, el artista, como el analista, cultiva un rechazo disciplinado de autoengaño, el cual es menos una posición moral que un acto pragmático, desde que la única posible ventaja de sufrimiento es que se pueda permitir el lujo de la introspección.

El gran escritor de crimen Ross Macdonald dice que él, “como muchos escritores”, “no pudieron trabajar directamente con [su] propia experiencia o sentimientos”. Para Macdonald, un narrador “debía estar interpuesto, como un cable protector, entre [él mismo] y el material radioactivo”. Para el poeta, el tiempo basta, ya que presenta una perspectiva alterada. Pero aquellas obras de arte pueden estar trazadas directamente a eventos específicos -no obstante, mucho después del hecho pueden ser creados- que envuelven al artista en una relación particular a estos eventos. El poema es una venganza sobre la pérdida, en el cual ha sido forzado a producir una nueva forma, una cosa que no había existido antes en el mundo. La pérdida en sí misma se convierte, entonces, tanto en adición como en sustracción: sin ella, no hubiera existido este poema, esta novela, este arduo trabajo. Y un extraño sentido de traición del pasado puede ocurrir como el llegar a ser ambiguo el absoluto de la pérdida, el mutilador, el benefactor. Tal complejidad en la duplicidad no parece para mí una cosa restaurada. Y el agente de transformación, en cualquier forma, es el tiempo, el cual no puede ser forzado ni apresurado.

Traducción: Ian Chávez



[1] Ordeal es una palabra difícil de traducir debido a que tiene múltiples significados. Algunos autores han decidido traducir adversidad. Sin embargo, la adversidad puede ser superable y, en ocasiones, puede ser meramente física, como no tener luz eléctrica en un lugar lejano, eso podría ser una adversidad, pero aún se lidia con ello. No obstante, por el contexto, Louise Glück comenta en el ensayo de una experiencia horrenda, de pérdida, que deja inmóvil a las personas durante largos momentos. Por tanto, he decidido traducir ordeal como experiencia del dolor, aunque también podría considerarse experiencia de pérdida o experiencia del sufrimiento.


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