Para André Bretón (Manifiesto
surrealista) la novela era un «género inferior»; su estilo es el de la
«información pura y simple»; la naturaleza de las informaciones que se dan es
«inútilmente particular» («no se me escatima ninguna de las dudas del
personaje: ¿será rubio?, ¿cómo se llamará…?»); y las descripciones: «nada es
comparable al vacío de éstas; no son sino superposiciones de imágenes de
catálogo»; como ejemplo cita a continuación un párrafo de Crimen y castigo, una
descripción de la habitación de Raskolnikof, con este comentario: «Se alegará
que este dibujo escolar ocupa su justo lugar, y que en este punto del libro el
autor tiene sus razones para agobiarme». Pero Bretón encuentra fútiles estas
razones, ya que: «yo no registro los momentos nulos de mi vida». Luego, la
psicología: largos planteamientos que hacen que todo se sepa de antemano: «tal
protagonista, cuyas acciones y reacciones están admirablemente calculadas, se
ve obligado a no desbaratar, como quien no quiere la cosa, las previsiones de
las que ha sido objeto».
Pese a su naturaleza partidista,
esta crítica no puede pasarse por alto; expresa fielmente la reserva del arte
moderno con respecto a la novela. Recapitulo: informaciones; descripciones;
atención inútil hacia los momentos nulos de la existencia; la psicología, que
hace que todas las reacciones de los personajes sean conocidas de antemano; en
fin, condensando todos estos reproches en uno solo, es la falta mortal de
poesía lo que convierte, para Bretón, la novela en un género inferior. Me
refiero a poesía tal como la entendieron los surrealistas y todo el arte
moderno, la poesía liberada de la retórica ornamental, del virtuosismo verbal,
la poesía como explosión de lo maravilloso, momento sublime de la vida, emoción
concentrada, originalidad de la mirada, sorpresa fascinante. A los ojos de
Bretón, la novela es la no-poesía por excelencia.
Fragmento del ensayo “De obras y arañas”, que se encuentra en el libro Los testamentos traicionados, escrito por Milan Kundera.