VACÍO
ANDRÉS CAICEDO
A lo mejor no he debido estarme
tanto tiempo en la casa de Angelita, porque cuando salí todo estaba vacío. Casi
que me vuelvo para atrás. Voltié la cara y ella me estaba diciendo adiós desde
la ventana. Por primera vez estuvimos juntos más de una hora. Nos amamos por
primera vez. Ella me dijo adiós desde la ventana.
Yo no podía regresar. Yo tenía
que irme. Le sonreí a su cara que salía por la ventana y empecé a caminar toc
toc toc por el pavimento resquebrajado. Me había metido las manos a los
bolsillos. Recorrí muy despacio su calle, los sauces que crecen a lado y lado,
y la iluminación de mercurio, todo eso vacío. No podía regresar, sus papás no
demoraban en llegar, y quién sabe si con un hermano. Yo no quiero morir tan
joven. Vacía la esquina de la casa de Angelita. Y la luna llena. Esa luna llena
que se está llenando desde hace cuatro días y hoy es cuando está más llena. Hoy
es la noche del peligro, mano.
Vacío Sears. Cuando pasé por allí,
no estaban ni siquiera los vigilantes que cargan escopeta y que le tiran de una
al primero que venga a robarle algo a lo que los gringos tienen en Sears. Vacía
toda la Avenida Estación pero yo cerré bien los puños dentro de los bolsillos y
caminé por la mitad de la calle, echando ojo a cada sombra, a cada casa, a cada
raya. Cuando paso por aquí de día y todo eso, siempre pienso en Angelita. Desde
la Avenida Estación se ve su casa, la parte de atrás de su casa. Y cuando paso
por aquí de día y hay sol y todo eso y la gente que pulula, pienso por qué no
ir donde Angelita, tocar a la puerta, preguntar por ella, por qué no, qué tiene
eso de malo, pasé por detrás de su casa y pensé en ella. Me la imaginé ya casi
dormida, abrazando una de las almohadas pensando en mí, pensando en mañana
cuando se levantara y me llamara por teléfono y yo le contestara, todo eso,
contarle que cuando salí de su casa la calle estaba vacía y que me había dado
miedo al principio pero después no, por algo es uno alumno de sexto del colegio
San Juan Berchmans. Desde donde yo estaba mirando se veían la ventana de sus
papás y la del cuarto de las mantecas y las cortinas de la sala. Me hubiera
gustado treparme al techo, caminar hasta su cuarto y despertarla de un beso en
la mejilla, juntarle mi cara, respirarle en las orejas, preguntarle por mí, que
si me ha pensado mucho. Me hubiera gustado eso.
Tal vez si no hubiera salido tan
tarde de su casa, no me hubiera encontrado esta calle tan vacía. Caminé
despacio hasta Deiri Frost. Vacío Deiri Frost allí donde uno se aparece
cualquier día y se encuentra con los muchachos, con Pedro y con Pablo y Chucho
y Jacinto y José, toda la gente, y eso es que le preguntan a uno que para dónde
va y uno contesta para ver adónde es que lo invitan, y allí de una le plantean onda
con cualquier par de hembras, cosas así, cualquier día. Pero de día. Ahora el Deiri
Frost estaba vacío. Me arrimé bien a los vidrios para ver si veía al gringo que
prepara los helados, pero nada. Todo vacío. Si me encontrara con alguien, por
qué no.
Con tantos amigos que tiene uno
en Cali, por qué no. Me senté un rato en el muro del Deiri Frost esperando a
que pasara alguien conocido. Han debido pasar como veinte minutos y no pasó
nadie. Ni siquiera un taxi. Nada, y esa luna llena… Me paré del muro y caminé
hacia arriba, por la Avenida Sexta hasta que llegara a mi casa. Vacía la fuente,
vacía la Bomba, vacío Oasis, allí donde yo conocí a Angelita.