EL COMPLOT DE LOS COBARDES
LOS INTELECTUALES Y LOS ESTUDIANTES
ELENA GARRO
El 26 de julio, inesperadamente,
la violencia surgió en la Ciudad de México. Grupos de enloquecidos estudiantes
decidieron incendiar camiones, romper vitrinas y amenazar con la destrucción
entera de la dudad.
A la misma hora, en Cuba, Fidel
Castro, rodeado de periodistas norteamericanos y de los sistemas de televisión
norteamericana, lanzaba su consabido discurso para glorificar su acción de la
toma del Cuartel de Moneada. Pero, había un matiz que no podía dejar de pasar
inadvertido: a diferencia de los años anteriores, Fidel esta vez no atacaba al
imperialismo norteamericano, sino al imperialismo soviético y se unía
fraternalmente con “sus hermanos checos", en plena rebelión en esos días
con los soldados rusos.
Curiosamente, los estudiantes
mexicanos continuaron con sus protestas y sus inexplicables actos de rebeldía.
En sus manifestaciones de protesta figuran retratos del Che Guevara y carteles
de insultos al Presidente de la República y a varios miembros de su gobierno,
no a todos, aunque todos forman parte del mismo sistema que nos oprime. ¿Qué
pedían los estudiantes? Nada. Tal vez sólo trataban de demostrar que en el caso
de que la amistad cubana-norteamericana prospere, quedaríamos nosotros de
relevo. Quizás sólo trataron de presionar indirectamente a los norteamericanos
para favorecer a Cuba o quizás sólo eran estudiantes con vocación de
destrucción, ya que sus motines parecían completamente gratuitos. ¿Gratuitos
verdaderamente? Quien esto escribe, ha tenido la oportunidad de hablar
"secretamente" con varios de los líderes del movimiento incendiario.
En realidad, los mismos
estudiantes ignoran quién llenó los botes de basura con piedras, ladrillos y toda
suerte de proyectiles, y de quiénes fueron las manos que oportunamente y al
grito de: "¡Granaderos!", abandonaron las filas de la manifestación
para correr despavoridos y voltear uno tras otro los botes de basura
estratégicamente colocados. La violencia de la acción perfectamente
sincronizada produjo lo que produce la violencia: detenidos y lesionados. Los
estudiantes ya tenían un magnífico motivo de rebelión: la libertad de los
presos. Pero no sólo la libertad de los presos estudiantes, sino de todos los presos
políticos, la derogación del artículo 145, la abolición del cuerpo de
granaderos, la destitución de los jefes de policía, etc., además de la
autonomía universitaria, aunque dentro de los propios locales universitarios se
hubieran refugiado elementos no universitarios. Se produjo entonces la
manifestación de la UNAM, en donde curiosamente la masa estudiantil al unísono
gritaba: "¡Libres, sí, Olimpiada no!" La confusión de principios y de
exigencias era tal que la única conclusión posible era que al gobierno se le
había puesto "un cuatro".
El dilema para el gobierno era
evidente. ¿Puede en realidad el gobierno de cualquier sistema que sea, socialista
o democrático, permitir los incendios callejeros impunemente? ¿Cuáles fueron
los motivos que movieron a los estudiantes a declarar la anarquía de la noche a
la mañana? Los slogans de los manifestantes de la UNAM eran variadísimos y era
de notar que la anarquía reinaba también en las peticiones. Cada quien pedía y gritaba
lo que mejor le venía en gana. Había hasta jovenzuelos de aspecto feminoide, de
cabellos largos y corto entendimiento, que portaban carteles con la siguiente
consigna: "Las melenas largas no matan, las ballonetas, sí".
Es evidente que en México existen
problemas graves. Y es evidente que ninguno de estos problemas fueron ni
remotamente anunciados por los estudiantes. Es evidente también que el
descontento es mundial y que en ambos lados del mundo, tanto en el democrático
como en el socialista, las manifestaciones son opuestas.
En el bloque socialista el
descontento se muestra de una manera diferente: en China, después de las destrucciones
provocadas por la Revolución Cultural, para distraer al pueblo del fracaso de
la revolución marxista-leninista, existen una guerra civil y una represión
brutal. Los testimonios nos lo dan los millares de cadáveres arrojados al Río
Perla que desemboca en Macao que llegan mutilados y amarrados, como una
sangrienta muestra del terror de Mao.
En Rusia, el descontento se muestra
en la purga gigantesca de intelectuales ordenada por Brejnev y en el obvio
debilitamiento de la política exterior de fuerza armada frente a los países
satélites.
En Cuba, en la abierta acogida a
los norteamericanos, que no muestra sino una franca debilidad de Castro frente
a su pueblo. Debilidad producida por el descontento y que lo orilla a pactar
con el sistema imperialista, que originó su propio movimiento comunista
liberador en los demás países satélites de la Unión Soviética en la lucha
franca para liberarse del imperio ruso que los oprime.
Frente a este desquebrajamiento
del imperio soviético se encuentra el descontento existente en los países
democráticos. Lo curioso son las repentinas manifestaciones de incendio y destrucción
de ciudades. En una palabra, la revolución cultural efectuada en China y milagrosamente
repetida en occidente. Esta repetición se diría organizada para disimular el
desquebrajamiento del imperio ruso y de la ideología marxista-leninista. Los
estudiantes mexicanos, especialmente los menores de edad, carecen de programa en
un país en donde efectivamente son necesarias reformas urgentes. Pero las
reformas no importan, lo importante es sembrar la confusión y el terror. ¿Con
qué fin? La voz popular y la voz verdaderamente estudiantil no lo ocultan:
fines políticos puramente nacionales referentes al próximo periodo electoral.
Se trata pues no sólo de incendiar ciudades y autobuses, sino de incendiar a
los posibles candidatos a la Presidencia de la República. En este caso Marcuse
sirve a sus seguidores, que son los futuros intelectuales chambistas del país.
El fin de todo acto político es
la toma del poder. Y el fin del poder es conservarlo. Toda política está fundada
en una filosofía o ideología. La monarquía sostenida por la filosofía espiritualista
y religiosa se fundó en el derecho divino. La gran burguesía arrebató el poder
a la nobleza fundándose en los derechos humanos y la abolición del derecho
divino. A su vez, la pequeña burguesía representada por Marx y Lenin, carente
de poder económico y de poder divino, fundamentó su derecho al poder político
en la intelectualidad. Y de hecho la gran revolución comunista no es sino el
asalto al poder de la clase más ávida: la pequeña burguesía.
Tanto Marx como sus seguidores
exigen el exterminio no sólo de los grandes burgueses, sino de sus representantes,
los grandes intelectuales. Al tomar el poder los pequeños burgueses, en el
nombre de los obreros, los que en realidad tomaron el poder fueron los
representantes ideológicos, los pequeños intelectuales. No los verdaderos
intelectuales, no los pensadores o creadores, sino los manipuladores de las
ideas. De ahí las represiones brutales ejercidas contra los verdaderos
intelectuales en los países socialistas, en donde sólo son exaltados y cubiertos
de prebendas burguesas los profesores aburridos, repetidores de los manuales
marxistas-leninistas. La cultura se ha limitado a la trinidad:
Engles-MarxLenin, filósofos políticos, cuya sola meta era el poder. Como los
medios y el pensamiento de esta trinidad son pobres, recomendaron el terror
absoluto y lo aplicaron con sistemas policiacos inexorables encargados de
mantener en el poder a periodistas, profesores y técnicos. Sin embargo, a pesar
de las providencias terroristas tomadas por los pensadores de la pequeña
burguesía para conservar el poder, el monolito empieza a desquebrajarse.
Entonces surgen de aquí y allá, los remendones del pensamiento de la trinidad,
encargados del transplante de la conciencia de clases: Altuser, transplanta la
conciencia de clases a las palabras, Che Guevara a los campesinos y últimamente
Marcuse encuentra que la panacea universal de la conciencia de clases debe ser
transplantada a los estudiantes.
¿Quiénes son los estudiantes? Los
futuros intelectuales. Luego es justo que se lancen a la defensa de los
intereses creados por los actuales profesores, periodistas, locutores,
pintores, escritores, etc. Y, en efecto, a través del mundo democrático se
lanza a los menores de edad al incendio de ciudades y de políticos, posibles
contrarios a los intereses creados de los intelectuales en el poder. Para ello
se arma mundialmente El Complot de los Cobardes, ya que no son los complotistas
los que salen a dar las batallas callejeras y a enfrentarse con las policías o
con el Ejército en defensa de sus intereses, sino que lanzan a millares de
menores de edad a luchar por sus prebendas y posiciones. Ellos, los miembros
del Complot, cuando los gobiernos tratan de reestablecer el orden, un orden que
ellos no han establecido todavía, y que cuando lo establecen se vuelve tan
rígido como el muro de Berlín o el campo de concentración, protestan
enérgicamente desde sus máquinas de escribir. Inmediatamente, estos ocultos
héroes del Complot de los Cobardes, vuelan a repartir dinero, entregan slogans,
armas, acarrean enormes [ ] y los arrojan al incendio para quemar a "tal o
cual candidato presidenciable", y vuelven de inmediato a sus máquinas de
escribir a exigir del gobierno una actitud democrática.
Pero, ¿podían explicar cuál debe
ser la actitud del gobierno ante el incendio y cuáles son los fines que persiguen?
En los tumultos provocados, según los rumores, existen millares de muertos e
incinerados secretamente por el gobierno. También se cuentan por millares los
detenidos y los heridos en las cárceles. ¿Por qué entonces los intelectuales no
buscan a las familias de las centenas de asesinados y heridos para presentarlos
ante la opinión pública? ¿Por qué no piden seriamente un castigo para los
autores intelectuales de estas masacres? Porque los seguidores del pensamiento
de Marcuse, siguen también su conducta: hace mes y medio, Marcuse, teórico del
incendio y profesor en una universidad de California, recibió por teléfono una
amenaza de muerte. Un día después, durante media hora, la electricidad fue cortada
de su domicilio. Eso bastó para que Marcuse, el teórico de la destrucción como
medio de expresión cultural, huyera precipitadamente al Middle West a
esconderse en la casa de uno de sus seguidores.
El Complot de los Cobardes en
México, tiene naturalmente características nacionales: no se trata simplemente
de quemar ciudades y candidatos, sino de eliminar a todos aquellos demócratas e
izquierdistas cuyas causas sean menos directas e inmediatas.
Uno de los objetivos principales
del Complot es olvidar la Olimpiada, como demostración de fuerza. Con ello el
país no ganaría absolutamente nada, en cambio las posiciones de los
periodistas, los profesores, los locutores y los pintores, es decir "los
descontentos", quedarían aseguradas para el beneficio del pueblo y de
ellos mismos. También la violencia desatada por los organizadores del Complot
podría acarrear la implantación de una dictadura, que serviría para "precipitar
la tan esperada crisis del capitalismo".
Si los estudiantes se tomaran el
trabajo de estudiar su caso descubrirían a quién están Sirviendo y que de
estudiantes se han convertido en borregada o acarreados.
Revista de América, México, 17 de
agosto de 1968, núm. 1182, pp. 20-21.