Pero, dirán ustedes, nosotros le
pedimos que hablara sobre las mujeres y la novela. ¿Qué tendrá eso que ver con
un cuarto propio? Intentaré explicarlo. Cuando me pidieron que hablase sobre
las mujeres y la novela me senté en la orilla de un río y me puse a pensar lo
que esas palabras querrían decir. Podían significar simplemente unas
observaciones sobre Fanny Burney; otras sobre Jane Austen; un tributo a las Brontë
y un esbozo de la casa parroquial de Haworth bajo la nieve; algunas eventuales
ironías sobre Miss Mitford; una respetuosa alusión a George Eliot; una referencia
a Mrs. Gaskell y asunto concluido. Pero repensándola bien, la empresa no me
pareció tan sencilla. El tema Las mujeres y la novela puede querer decir, y
ustedes pueden querer que quiera decir, las mujeres y lo que parecen; o si no
las mujeres y las novelas que escriben; o tal vez las mujeres y las novelas que
se escriben sobre ellas; o esas tres cosas inextricablemente mezcladas, y esto
último puede ser lo que ustedes quieren que estudie.
Pero, al disponerme a adoptar esa
interpretación, que me parecía la más interesante de todas, pronto advertí que
tenía una desventaja fatal. Nunca podría llegar a una conclusión. Nunca podría
cumplir lo que es, entiendo, el primer deber de un conferenciante: ofrecerles
después de una hora de charla una pepita de verdad pura, que ustedes
envolverían en las hojas de sus libretas y guardarían eternamente sobre el
mármol de la chimenea. Sólo puedo ofrecerles una opinión sobre un tema menor:
para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio; y eso, como
ustedes verán, deja sin resolver el magno problema de la verdadera naturaleza de
la mujer y la verdadera naturaleza de la novela.
He eludido el deber de arribar a
una conclusión; las mujeres y la novela son dos problemas que no he resuelto.
Pero en compensación trataré de mostrarles cómo he llegado a esa opinión sobre
el dinero y el cuarto propio. Voy a desarrollar ante ustedes, con toda la
plenitud y franqueza posibles, el proceso mental que me condujo a ella. Si
expongo las ideas o los prejuicios que respaldan esa tesis, ustedes acabarán por
reconocer que ellas tienen alguna relación con las mujeres y la novela. Sea lo
que fuere, cuando un tema es muy discutible —y cualquier tema donde interviene
el sexo lo es— nadie puede esperar decir la verdad. Sólo es posible referir de
qué modo uno ha llegado a una opinión. Sólo es posible dar al auditorio la
oportunidad de formarse opiniones individuales, al observar las limitaciones,
los prejuicios, las idiosincrasias del conferenciante. En este caso los hechos
son menos verdaderos que la ficción. Por eso, aprovechando todas las libertades
y licencias del novelista, les contaré la historia de los dos días que
precedieron a mi llegada: cómo, agobiada por el peso del tema que ustedes han
cargado sobre mis hombros, lo repensé y lo entreveré con mi vida diaria. No
preciso decir que lo que voy a describir no tiene existencia: Oxbridge es una
invención, Fernham también, «yo» no es más que un símbolo cómodo para alguien
que no existe realmente. De mis labios fluirán mentiras, pero tal vez se mezclará
con ellas alguna verdad; a ustedes les toca buscar esta verdad y resolver si vale
la pena guardarla. Si no, claro que arrojarán el conjunto al canasto de los
papeles y lo olvidarán para siempre.
Fragmento del ensayo “Un cuarto
propio”, escrito por Virginia Woolf.