Tu cuerpo en pequeñas y grandes
habitaciones, tu cuerpo subiendo y bajando escaleras, nadando en estanques,
lagos, ríos y mares, tu cuerpo atravesando laboriosamente campos cubiertos de
barro, tu cuerpo tendido en la alta hierba de prados solitarios, andando por
las calles de la ciudad, ascendiendo trabajosamente por lomas y montañas, tu
cuerpo sentado en sillas, tumbado en camas, estirado en playas, montando en
bicicleta por carreteras comarcales, caminando por bosques, praderas y desiertos,
corriendo por pistas de ceniza, saltando en suelos de madera, de pie bajo la ducha,
metiéndose en baños calientes, sentado en retretes, esperando en aeropuertos y estaciones
ferroviarias, subiendo y bajando en ascensores, yendo incómodamente sentado en
coches y autobuses, caminando en medio de tormentas sin paraguas, sentándose en
aulas, mirando en librerías y tiendas de discos (R.I.P.), instalándose en auditorios,
cines y salas de conciertos, bailando con chicas en gimnasios de institutos, remando
en canoas por ríos, remando en botes por lagos, comiendo en mesas de cocina,
comiendo en mesas de comedores, cenando en restaurantes, comprando en grandes
almacenes, en tiendas de electrodomésticos, en tiendas de muebles, en zapaterías,
ferreterías, tiendas de comestibles y de ropa, haciendo cola para pasaportes y
permisos de conducir, recostándose en sillas con las piernas apoyadas en escritorios
y mesas mientras escribes en cuadernos, encorvándose sobre máquinas de escribir,
caminando sin gorro bajo tormentas de nieve, entrando en iglesias y sinagogas,
vistiéndose y desnudándose en dormitorios, habitaciones de hotel y vestuarios,
de pie en escaleras mecánicas, tumbado en camas de hospitales, sentado en
camillas de reconocimiento en consultas de médicos, sentado en sillones de barberos
y dentistas, dando saltos mortales en la hierba, saltando a piscinas, paseando despacio
por museos, regateando con balones de baloncesto en patios de recreo, lanzando
pelotas de béisbol y de fútbol americano en parques públicos, percibiendo las
diversas sensaciones de caminar sobre suelos de madera, de cemento, baldosas y piedra,
las diferentes impresiones de poner los pies en arena, tierra y hierba, pero sobre
todo la sensación de las aceras, porque así es como te ves a ti mismo siempre que
te paras a pensar quién eres: un hombre que camina, un hombre que se ha pasado la
vida andando por las calles de la ciudad.
Fragmento de Diario de
invierno, escrito por Paul Auster.