Los cirujanos no siempre tuvieron
un prestigio social como sucede hoy en día, esto lo dice Juan Villoro en su
libro La utilidad del deseo, donde relata cómo desde los tiempos de
Hipócrates y Galeno, no se permitía abrir un cuerpo porque se consideraba un
aspecto que transgredía moralmente a la otra persona, incluso el uso de algún
objeto punzocortante era una tarea sólo de los barberos y los matarifes.
Tuvieron que pasar siglos para que los cirujanos no fueran vistos como seres
sanguinarios en la sociedad, y esto sucedió principalmente durante el siglo
XIX, momento en el que se inventa la anestesia.
Un largo proceso de adaptación social y cultural permitió que la cirugía fuera vista como parte prestigiosa de la medicina. Ni Hipócrates ni Galeno hicieron disecciones. Vale la pena recordar que uno de los lemas del juramento hipocrático es «No usaré el bisturí, ni siquiera en los que sufran de la piedra». Abrir un cuerpo significaba traspasar un límite moral. Cuando se generalizaron las sangrías, la tarea fue encomendada a los barberos y los matarifes. Durante mucho tiempo, las academias de medicina no aceptaron cirujanos. La literatura registra el largo camino de reconsideraciones que llevó del hombre visto como carnicero al místico interventor del cuerpo que hoy en día maneja un Mercedes Benz. Para Cervantes, quien abre un cuerpo está más cerca del rastro que del hospital; en cambio, a mediados del siglo XX, Frigyes Karinthy narra con idolátrica admiración la forma en que fue operado por el neurocirujano sueco Olivecrona en su deleitable Viaje en torno a mi cerebro.
Juan Villoro en su ensayo “La pluma y el bisturí. Literatura y enfermedad”.
Es cierto que la anestesia ya
existía desde tiempos de Hipócrates, quien utilizaba la esponja soporífera, que
estaba elaborada con jugos de mandrágora, beleño, opio y hasta cicuta, pero
esto sólo permitía medio sobrellevar las experiencias traumáticas y no aliviar
ningún tipo de dolor.
En el siglo XIX, Horace Wells, un
famoso dentista que buscaba calmar el dolor de sus pacientes con el uso del
óxido nitroso, intentó demostrar el funcionamiento de dicho gas ante sus
colegas en el Hospital General de Massachusetts, pero cuando comenzó su prueba,
el paciente gritó, generando así un descrédito en la vida profesional de Wells
y, posteriormente, ocasionando una depresión que lo llevó hasta el suicidio.
Años después, William Morton
demostró con eficacia el uso del éter como anestesia, calmando el dolor de sus
pacientes durante un evento traumático en la sala de un hospital. Asimismo,
James Young Simpson utilizó el cloroformo como anestésico general para aliviar
el dolor durante el parto.
Con estos grandes avances
científicos, Villoro menciona que a los cirujanos les tomó más de mil años en
tener el prestigio social con el que cuentan hoy en día y esto fue gracias al
uso de la anestesia.