"Mitos y maravillas": Un poema de Jorge Teillier | MÁS LITERATURA


Jorge Teillier poemas


MITOS Y MARAVILLAS

Alguien que no conocemos
nace de nuestro sueño,

abre la puerta de roble
por donde se entraba a la quinta de los primeros colonos,
da cuerda a relojes sin agujas.
Las ventanas destruidas
recobran la memoria del paisaje.
En los umbrales aparecen las marcas que señalaban el crecimiento de los
niños.

Mientras dormimos junto al río
se reúnen nuestros antepasados
y en los muros del cielo
las nubes son sus sombras.
Se reúnen los que partiendo de Burdeos o Le Havre
llegaron a la Frontera por caminos aún no trazados,
mientras sus mujeres daban a luz en las carretas.
Se reúnen los que fueron contrabandistas de ganado, dueños de hoteles o
almacenes, ladrones de tierra.
Los que mataron mapuches y aprendieron de ellos a beber la sangre tibia de
corderos recién sacrificados,
y murieron a su vez, para ser enterrados en lo alto de cerros,
mientras sus deudos se reunían a tomar aguardiente en las cantinas.

Hablan de su resurrección
los ríos cuyos primeros puentes construyeron,
las brasas inmortales de las lloicas,
los esteros enturbiados sólo por las alas de los queltehues,
los arados enmohecidos en el galpón.
Y los que ahora son partículas de alerce
creen escuchar las campanadas que anunciaban el primer incendio en el
pueblo,
esos pueblos que levantaron con tablas sin labrar en medio del invierno del
sur del mundo,
pueblos encarcelados por los temporales.

En los establos y prostíbulos
de nuevo se entrelazan parejas furtivas,
se celebran matrimonios en capillas rústicas.
Alguien asesina al hermano que vino del viejo mundo a reclamar una herencia
y lo entierra en el patio.
Las carretas cargadas con los sacos de la primera cosecha llegan a las
bodegas.
En el desembarcadero del puerto atracan vaporcillos náufragos.

El sol quiere llegar al árbol de nuestra sangre,
derribarlo y hacerlo ceniza,
para que a través de esas cenizas conozcamos a los visibles sólo para la
memoria,
la memoria de los que alguna vez resucitaremos en los granos de trigo o la
ceniza de los roces a fuego,
cuando el sol no sea sino una antorcha fúnebre
cuyas cenizas se creerán ver desde otras galaxias.

El silencio del sol nos despierta.
¿De dónde viene
ese chirriar de puertas invisibles que se cierran?
Ese tictaqueo que se apaga en el corazón de los alerces
repitiendo «no hay memoria», «no hay tiempo».
Mientras murciélagos tejen las redes de la noche.

Griterío de queltehues
huyendo del buen tiempo.
A orillas del río
buscamos huellas invisibles.
Rápido como un parpadeo
un día de verano
ha terminado.

JORGE TEILLIER


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