SONRISAS DE UNA
NOCHE DE MIDSOMMAR
LARS GUSTAFSSON Y
AGNETA BLOMQVIST
El viento suave de junio mece la
hierba. Acaba de terminar una época de lluvias y parece que la belleza de la
noche de Midsommar será tan embriagadora como veníamos esperando desde hace un
año. «La noche de junio no llega jamás, los días están hechos de día y nada
más», dicen los versos del poeta Harry Martinson. No, en una noche como esta
oscurece poco antes del amanecer. Por encima del círculo polar el sol no se
pone en absoluto en el horizonte, y hay luz toda la noche. Estamos en la mágica
tierra del sol de medianoche.
Muchos creen que en esta noche en
que la naturaleza resulta casi demasiado bella irse a la cama está totalmente
de más: ¿cómo puede una decrépita criatura terrestre estar a la altura de toda
esta belleza? Y a uno le encantaría tener a alguien con quien compartir estos
sentimientos la noche de Midsommar. Como dice la canción de Jeremias i
Tröstlösa: «No deberíamos dormir, deberíamos estar los dos». Como muchas otras
festividades suecas, Midsommar tiene también raíces paganas y precristianas. En
aquella época en que las fuerzas sobrenaturales estaban vigentes pesaba una
carga especial sobre la naturaleza. Originariamente puede que la fiesta de
Midsommar fuera una ofrenda a los dioses de la fertilidad. Se celebraba en
conexión con el día más largo del verano, o lo que llamamos solsticio de
verano, una fecha que nuestros ancestros sabían calcular perfectamente. Hoy en
día, la noche de Midsommar es siempre un viernes entre el 21 y el 25 de junio.
Hay tradiciones totalmente
vinculadas a la celebración de Midsommar, pero que en realidad no tienen más de
unos cien años. Empecemos por la comida: ¿qué vamos a servir en esta velada de Midsommar?
Está claro que, a menos que llueva a cántaros, se cenará fuera, aunque
refresque un poco al caer la tarde. Como dice, sin paños calientes, la página
sueca de Wikipedia: «Durante el Midsommar, es tradición consumir cantidades
ingentes de alcohol, lo que hace que el fin de semana en que se celebra sea uno
de los puntos del año con más borracheras y peleas».
Y así es. Servimos, por supuesto,
cerveza y aguardiente con la comida y si uno se pone a tono con este último es
difícil que pase frío. Las bebidas han de tomarse con patatas nuevas y si, en
el peor de los casos, no hay aún en Suecia, entonces las importamos de algún
país más cálido. Los arenques cocinados de distintas formas y servidos con
crema agria y cebollino cortadito son el sabor mismo del Midsommar. Los
acompañamos de ese pan crujiente de centeno al que llamamos knäckebröd, con
mantequilla y distintos tipos de queso. El plato caliente puede variar, no es
tan importante como el arenque y las patatas nuevas; ahora bien, lo que sí debe
haber son fresas suecas de postre. Cuesten lo que cuesten. Y vaya si cuestan.
Antes de la comida nos hemos
juntado con niños y amigos a bailar, como es tradición, alrededor del poste de
Midsommar. Debió de llegar a Suecia importado desde Alemania a finales de la
Edad Media. En la cabeza llevamos una bonita corona de flores que nosotros
mismos hemos hecho. Parece ser que nuestros antepasados querían reunir las
fuerzas del verano en una corona para luego guardarla el resto del año. Nos
damos la mano y bailamos en grandes corros alrededor del poste, que suele ser
alto, en forma de cruz, cubierto de ramitas de abedul y adornado con banderas
suecas y todas las flores silvestres de esta época del año: margaritas,
tréboles, manzanilla, nomeolvides, campanillas, milenrama, aguileñas y muchas
otras. Del travesaño más corto, el horizontal, cuelgan normalmente dos coronas
de flores. Sin embargo, hay muchas variedades locales. Levantar el poste es
algo así como una tradición masculina, pero se hace aunando fuerzas.
También se cantan y bailan muchas
canciones, y se puede participar en distintos juegos y chanzas. En la antigua
sociedad rural no era raro que, dejándose llevar por el aguardiente, se llegara
a las manos. Con un poco de suerte habrá una banda de música tocando para nosotros,
tal vez instrumentos tradicionales como el acordeón, el violín o la nyckelharpa
(un instrumento de cuerda frotada propio del folclore sueco). Si uno no ha
visto a los suecos bailar en torno al poste de Midsommar tal vez se sorprenda
ligeramente al encontrarse con hombretones y mujeronas, ya creciditos, danzando
al ritmo de la canción «Små grodorna» (Ranitas), cuyo punto álgido llega cuando
todos, con ademanes torpes y los brazos detrás de la espalda, empiezan a saltar
en cuclillas alrededor del poste, como imitando a una rana, y a mostrar con las
manos que no tienen ni orejas ni cola:
Ranitas
ranitas
graciosas son de ver.
No tienen
ni cola
ni un par de orejotas.
En fin, ¿qué no haría uno por un
niño?
Antes de ir a la cama la
tradición popular dice que se debería ir al prado y recoger siete (o nueve)
flores distintas y colocarlas bajo la almohada. Una vez listo el ramito uno no
puede hablar. Si no habla, entonces soñará con aquello que le esté por venir,
algo así como una profecía. Algunos dicen que también hay que saltar por encima
de siete de esas vallas típicas de Suecia, con dos palos verticales y entre
ellos varios otros en horizontal, pero ¿dónde quedará alguna de esas?
La desazón y el Midsommar van de
la mano. No es solo el alcohol lo que nos hace a los suecos estar tan
melancólicos esa noche y nos impide hablar de ella al día siguiente, el día de
Midsommar. Todos esos sueños y todas esas esperanzas que rara vez se cumplen,
de una sola vez, nos abruman demasiado. Sí, nos queda todo el maravilloso
verano sueco por delante, pero ahora el año llega a un punto de inflexión y las
noches se irán haciendo, poco a poco, más oscuras.
Entretanto, el viento suave de
junio mece la hierba.