El poema de la duración es un
poema de amor.
Trata de un flechazo
al que siguieron luego muchos
flechazos como éste.
Y este amor
no tiene la duración en ningún
acto concreto,
más bien en un antes y un después
en el que, por el nuevo sentido
del tiempo que depara el amor,
el antes era también el después
y el después también el antes.
Nos habríamos unido ya
antes de que nos hubiéramos unido;
seguiríamos uniéndonos
después de haber unido,
y de este modo, años y años,
estaríamos
cadera con cadera, aliento en aliento,
uno a lado del otro.
Tus cabellos castaños tomaron una
coloración roja
y se volvieron rubios.
Tus cicatrices se multiplicaron
y se hicieron inencontrables.
Tu voz tembló,
se volvió firme, susurró, se
estremeció,
acabó convirtiéndose en una
cantilena,
fue el único sonido en la
inmensidad de la noche,
calló a mi lado.
Tus cabellos lacios se ondularon;
tus ojos claros se oscurecieron;
tus grandes dientes se volvieron
pequeños;
en la tersa piel de tus labios
apareció una fina muestra,
suavemente dibujada;
en tu barbilla, siempre lisa,
toqué un hoyo que no había estaba
allí nunca;
y nuestros cuerpos, en vez de
hacerse daño el uno al otro,
se ensamblaron, jugando, en una
sola cosa,
mientras que, en la pared de la
habitación,
a la luz que llegaba del farol de
la calle,
se movían los matorrales de los
jardines de Europa,
las sombras de los árboles de
América,
las sombras de los pájaros
nocturnos de todas partes.
Fragmento del libro “Poema a la
duración”, de Peter Handke