Chamordino, 30-31 de octubre
de 1910
Volver a vernos o, peor aún,
regresar a casa, es ahora mismo totalmente inconcebible. Para ti resultaría,
como todo el mundo me dice, extremadamente perjudicial y para mí, terrible.
Habida cuenta de tu nerviosismo, tu irritación o tu condición enfermiza, la
situación sería entonces peor que antes, si es que eso es posible. Te aconsejo
resignarte a aceptar lo sucedido, amoldarte temporalmente a tu nueva situación
y, sobre todo, cuidarte.
Si me amas, o al menos si no me
detestas, deberías tratar de ponerte un instante en mi lugar. Si lo hicieras,
no solamente no me condenarías, sino que tratarías de ayudarme a encontrar el
reposo y la posibilidad de una vida humana; tratarías de ayudarme haciendo un
esfuerzo para dominarte, y entonces, tampoco tú desearías mi vuelta en este
momento. Tu estado actual, tus celos y tus tentativas de suicidio que, por
encima de todo, demuestran que has perdido el control de ti misma, hacen ahora
mismo inconcebible mi regreso. Únicamente tú puedes evitar todos esos
sufrimientos a tus seres más próximos, a mí y, sobre todo, a ti misma. Trata de
no emplear tu energía en lograr que todo salga según deseas —en este caso, mi
regreso—, sino en recuperar la calma, en apaciguar tu alma y así obtendrás lo
que deseas.
Tras pasar dos días en Chamordino
y Optina, me marcho de aquí.
Expediré mi carta por el camino.
No te digo dónde voy porque estimo, por el bien de los dos, que es necesaria
una separación. No creas que me he
marchado porque no te amo. Te amo
y te compadezco con todo mi corazón, pero no puedo actuar de otra forma. Sé que
tu carta era sincera, pero ahora mismo no estás en condiciones de hacer lo que
deseas. No se trata de satisfacer mis deseos o mi voluntad, sino únicamente de
tu estabilidad, de una actitud razonable y ponderada. Mientras que eso no sea
así, nuestra vida en común es impensable para mí. Regresar estando tú en ese
estado significaría para mí renunciar a la vida. No me siento con derecho a
hacerlo. Adiós, querida mía, que Dios te ayude. La vida no es ningún juego, y
no tenemos derecho a abandonarlo a nuestro antojo, como tampoco es razonable
hacerla durar a nuestra medida. Tal vez los meses que nos quedan de vida sean
más importantes que todos los años pasados, y debemos vivirlos dignamente.