15 de diciembre de 1809
Con el permiso de nuestro augusto
y amado esposo, debo declarar que no conservando ninguna esperanza de engendrar
hijos que puedan satisfacer las necesidades de su política y el interés de
Francia, me complace ofrecerle la mayor prueba de afecto y devoción que se haya
dado nunca sobre la tierra. Le debo todo a su bondad conmigo; fue su mano quien
me coronó y, desde lo alto de ese trono, no he recibido más que testimonios de
afecto y amor del pueblo francés.
Creo hacer justicia a todos esos
sentimientos al consentir la disolución de un matrimonio que hoy en día
constituye un obstáculo para el bien de Francia, puesto que la priva de la
dicha de ser algún día gobernada por los descendientes de un gran hombre
claramente enviado por la Providencia para borrar los males de una terrible
revolución y restablecer la iglesia, el trono y el orden social. Pero la
disolución de mi matrimonio no cambiará en modo alguno los sentimientos de mi
corazón: el emperador tendrá siempre en mí a su mejor amiga. Sé cuánto ha
perturbado su espíritu este acto obligado por la política y por tan altos
intereses; pero tanto el uno como el otro nos sentimos orgullosos del
sacrificio que hacemos por el bien de la patria.
Josefina