HOSPITALIDAD
MEXICANA
JORGE
IBARGÜENGOITIA
La hospitalidad mexicana, en su
sentido proverbial, es un invento del Departamento de Estado norteamericano. El
único feliz, por cierto, aparte de la idea de visitar basílicas, que se le ha
ocurrido a dicho Departamento con respecto a México. Desde el momento de su
concepción (o confección), no ha habido visitante oficial extranjero que no
haga alusión a la «proverbial hospitalidad mexicana» en su primer discurso, y
en el de despedida. Aquí cabe anotar que estos discursos tienen, aparte de
dicha alusión, tres características comunes: la primera es que el que lo dice
viene con gastos pagados por el Gobierno mexicano o por el suyo propio; la
segunda es que los que lo escuchan, muy sonrientes y orgullosos, no han gastado
un quinto en atender al invitado; y la tercera es que los vinos que se consumen
en el banquete en que se dice el discurso, están fuera del alcance de la masa
popular y han sido, sin embargo, pagados por la misma.
Pero la hospitalidad mexicana
real, la verdadera, que es parte de la cortesía mexicana, es algo muy distinto,
que merece seria reflexión.
En primer lugar, y en lo que
respecta a visitantes del extranjero, cabe anotar que México es uno de los
pocos países del mundo en los que se considera que la incapacidad de hablar el
español como lengua materna es signo inequívoco de imbecilidad. En segundo, que
México es la cuna de la frase más alabatoria que se ha dicho sobre México:
«como México no hay dos». La tercera es que nunca se ha sabido de un mexicano
que ofrezca sus servicios a un extranjero sin esperanza de obtener algo a
cambio. Para el visitante extranjero no oficial, para el común y corriente, la
hospitalidad mexicana se reduce, en el caso de las mujeres, a una hilera de
hombres con bigotitos diciendo: «¡Ay, qué chula!» «¡Ay, qué buena pierna!»
«¡Ay, mamacita!» o «¡Ay, mamasota!»; en el de los hombres, a un señor con
anteojos verdes acercándose con cierto misterio y preguntando: «¿Quiere ver las
pirámides?»
Pero entre nosotros la cosa
cambia. La hospitalidad tiene otras características muy diferentes, y otros
bemoles.
Creo que la culminación de la
hospitalidad mexicana es la sustitución de la frase «mi casa», por la de «la
casa de usted». Cómo se llegó a esta sustitución es para mí un misterio.
Durante un tiempo pensé que tenía por objeto «responsabilizar» al invitado. Al
decirle a alguien: «está usted en su casa», estamos, hasta cierto punto, haciendo
responsable al recién llegado de lo que pase en ella. El defecto de esta teoría
es que la expresión «la casa de usted» a la que se anteponen los adjetivos
«pobre» o «humilde», se usa, en la mayoría de los casos, en un contexto que
nada tiene que ver con una invitación. Se usa por ejemplo, en la narrativa:
—Cuando salí de la humilde casa
de usted estaba lloviendo a cántaros.
—En la pobre casa de usted
tenemos tres perros.
Cuando hay invitación, es en
términos tan vagos que queda invalidada:
—Un día de éstos, cuando haya
oportunidad, quiero que venga usted a su humilde casa a probar un molito que
hace mi mujer.
Cuando alguien nos dice esto ya
sabemos que el molito se va a quedar platicado.
Es posible que el término que nos
ocupa no se use en invitaciones por las confusiones a que podría dar lugar. Si
decimos, por ejemplo:
—¿Qué le parece si esta noche
cenamos en su humilde casa?
Corremos el riesgo de que la
persona a quien estamos invitando tan amablemente, nos conteste:
—¿En mi casa? ¡Ni hablar!
O bien:
—Mire, señor, mi casa es humilde,
pero no tanto como la de usted.
Que es ya el colmo de la
confusión, porque no sabemos si el que nos dice eso está insultándonos, o
siendo ultracortas.
Otra clase de hospitalidad muy
nuestra es la de cantina. Entrar en una cantina mexicana es correr el riesgo de
entablar una conversación larguísima que puede acabar a balazos. Parte de esta
clase de hospitalidad son las frases:
—Espérate, que se va a poner
bueno.
—No, si nosotros también tenemos
mucha prisa. Ya nomás nos tomamos la otra y nos vamos.
Y otra, que también se usa en las
casas particulares:
—¿A dónde vas que mejor te
traten? ¿Qué mala cara has visto?
De las doce de la noche en
adelante, el tono de la conversación cambia y entramos en una nueva fase (y la
última) de la hospitalidad mexicana, con frases como:
—Mira, si no te tomas esta copa
conmigo, me ofendes.
O bien otra, que es muy
alarmante:
—Si no me alcanza el dinero, dejo
el reloj.
Lo que sigue ya no es
hospitalidad, es pleito.