“El salto”: Un cuento de León Tolstói | MÁS LITERATURA

 

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EL SALTO

LEÓN TOLSTÓI

Un navío regresaba al puerto después de dar la vuelta al mundo; el tiempo era bueno y todos los pasajeros estaban en el puente. Entre las personas, un mono, con sus gestos y sus saltos, era la diversión de todos. Aquel mono, viendo que era objeto de las miradas generales, cada vez hacía más gestos, daba más saltos y burlábase de las personas, imitándolas.

De pronto saltó sobre un muchacho de doce años, hijo del capitán del barco, quitóle su sombrero, púsoselo en la cabeza y gateó por el mástil. Todo el mundo reía; pero el niño, con la cabeza al aire, no sabía que hacer: si imitarlos o llorar.

El mono tomó asiento en la cofa, y con los dientes y las uñas empezó a romper el sombrero. Hubiérase dicho que su objeto era provocar la cólera del niño al ver los signos que le hacía mostrándole la prenda.

El jovenzuelo le amenazaba, le injuriaba; pero el mono seguía su obra.

Los marineros reían. De pronto el muchacho púsose rojo de cólera; luego, despojándose de alguna ropa, lanzóse tras el mono. De un salto estuvo a su lado; pero el animal, más ágil y más diestro, se le escapó.

—¡No te irás! —gritó el muchacho, trepando por donde él. El mono le hacía subir, subir…; pero el niño no renunciaba a la lucha. En la cima del mástil, el mono, sosteniéndose de una cuerda con una mano, con la otra colgó el sombrero en la más elevada cofa y desde allí se echó a reír mostrando los dientes.

Del mástil donde estaba colgado el sombrero había más de dos metros; por lo tanto no podía cogerle sin grandísimo peligro. Todo el mundo reía viendo la lucha del pequeño contra el animal; pero al ver que el niño dejaba la cuerda y poníase sobre la cofa, los marineros quedaron paralizados por el espanto. Un falso movimiento y caería al puente. Aun cuando cogiera el sombrero no conseguiría bajar.

Todos esperaban ansiosamente el resultado de aquello. De repente alguien lanzó un grito de espanto. El niño miró abajo y vaciló. En aquel momento el capitán del barco, el padre del niño, salió de su camarote llevando en la mano una escopeta para matar gaviotas. Vio a su hijo en el mástil y apuntándole inmediatamente, exclamó:

—¡Al agua!… ¡Al agua, o te mato!… —El niño vacilaba sin comprender—. ¡Salta, o te mato!… ¡Uno, dos!… —Y en el momento en que el capitán gritaba—: ¡Tres!… —el niño se dejó caer hacia el mar.

Como una bala penetró su cuerpo en el agua; mas apenas habíanle cubierto las olas, cuando veinte bravos marineros le seguían.

En el espacio de cuarenta segundos, que parecieron un siglo a los espectadores, el cuerpo del muchacho apareció en la superficie. Trasportósele al barco y algunos minutos después empezó a echar agua por la boca y respiró.

Cuando su padre le vio salvado, exhaló un grito, como si algo le hubiese tenido algo ahogado, y escapó a su camarote.


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