ABSOLUTAMENTE
SEGURO
ISAAC ASIMOV
Como es bien sabido, en este
nuestro siglo XXX el viaje espacial resulta terriblemente largo y aburrido. En
busca de diversión, muchas tripulaciones infringen las restricciones de
cuarentena y toman animales de compañía de los distintos mundos habitables que
exploran.
Jim Sloane tenía una roqueta, a
la que llamaba Teddy. Esta se limitaba a permanecer inmóvil durante todo el
tiempo, con todo el aspecto de una roca, aunque a veces alzaba uno de sus
bordes inferiores y sorbía un poco de azúcar en polvo. Eso era todo lo que
comía. Nadie la había visto moverse nunca, pero de tanto en tanto resultaba que
no estaba allí donde todo el mundo pensaba que estaba. Existía la teoría de que
se movía cuando nadie miraba.
Bob Laverty poseía un heligusano,
al que llamaba Dolly. Era verde, y se alimentaba a base de fotosíntesis. A
veces se trasladaba hacia los lugares donde había más luz, y cuando hacía eso
enroscaba su cuerpo agusanado y avanzaba muy lentamente como una hélice
girando.
Un día, Jim Sloane desafió a Bob
Laverty a una carrera.
—Mi Teddy puede ganar a tu Dolly
—dijo.
—Tu Teddy no se mueve —se burló
Laverty.
—¿Qué te apuestas? —retó Sloane.
Toda la tripulación participó en
el acontecimiento. Incluso el capitán arriesgó medio crédito. Todo el mundo
apostó por Dolly. Al menos, se movía.
Jim Sloane cubrió todas las
apuestas. Había estado ahorrando su sueldo a lo largo de tres viajes, y apostó
todos sus milicréditos por Teddy.
La carrera empezó en uno de los
extremos del Gran Salón. En el otro extremo se había colocado un montón de
azúcar para Teddy, y un foco de luz para Dolly. Dolly se enroscó
inmediatamente, y empezó a espiralear muy despacio su camino hacia la luz. La
tripulación comenzó a corearla.
Teddy simplemente se quedó donde
estaba, sin moverse.
—Azúcar, Teddy. Azúcar —dijo
Sloane, señalando.
Teddy no se movió. Se parecía más
que nunca a una roca, pero Sloane no pareció preocupado por ello.
Por último, cuando Dolly había
espiraleado ya la mitad del camino cruzando el salón, Jim Sloane dijo
casualmente a la roqueta:
—Si no vas hasta allí, Teddy, iré
a buscar un martillo y te reduciré a gravilla.
Fue entonces cuando la gente
descubrió por primera vez que las roquetas podían leer la mente. Fue también la
primera vez que la gente descubrió que las roquetas podían teleportarse.
Apenas Sloane había formulado su
amenaza, Teddy desapareció de su lugar y reapareció encima del montón de
azúcar.
Sloane ganó, por supuesto, y
contó sus ganancias lenta y morosamente.
—Sabías que esa maldita cosa
podía teleportarse —dijo Laverty amargamente.
—No, no lo sabía —aseguró
Sloane—. Pero sabía que iba a ganar. Era absolutamente seguro.
—¿Por qué?
—Hay un viejo refrán que todo el
mundo conoce: «El Teddy de Sloane gana la carrera».