La verdadera formación no es
formación para un fin, sino que, como todo anhelo de perfección, tiene sentido
por sí misma. Así como el deseo de fuerza física, destreza y belleza no tiene
ninguna finalidad, cual podría ser la de hacemos ricos, famosos o poderosos,
sino que lleva en sí la propia recompensa, la recompensa de avivar el sentimiento
vital y la confianza en nosotros mismos, de hacernos más felices y alegres y de
darnos una mayor sensación de seguridad y salud, tampoco el ansia de «formación»,
es decir, de perfeccionamiento espiritual e intelectual, es un camino trabajoso
hacia fines bien delimitados, sino una ampliación benefactora y vigorizante de
nuestra conciencia, un enriquecimiento de nuestras posibilidades de vida y felicidad.
Por eso la verdadera formación, al igual que la formación física, es satisfacción
y estímulo a un tiempo, está siempre en la meta sin hacer jamás un alto; es
estar de camino en lo infinito, resonar en el universo, convivir en lo
atemporal. Su fin no es potenciar tal o cual capacidad, sino que nos ayuda a
darle un sentido a la vida, a interpretar el pasado, a estar abiertos al
futuro.
Hermann Hesse. Escritos
sobre literatura I.