No hay nada más alegre ni
regocijante que la belleza y el arte —a saber, cuando estamos tan entregados a
la belleza y al arte que nos olvidamos de nosotros mismos y del ardiente pesar
del mundo—. No es preciso que sea una fuga de Bach, un cuadro de Giorigione;
basta una islita de azul en el cielo nublado, el abanico móvil de la cola de
una gaviota; bastan los colores del arco iris de una mancha lisa de aceite en
el asfalto. Basta con mucho menos.
Y cuando regresamos de la
felicidad a la conciencia del yo y al conocimiento de la miseria de la vida la
alegría se convierte en tristeza; el mundo, en lugar de mostrarnos su cielo
azul, nos enseña su negro abismo, y el arte se vuelve entristecedor. Pero permanece
bello, permanece divino, ya sea fuga, cuadro, plumas de cola de gaviota, mancha
de aceite en el asfalto o aún menos.
Y si la beatitud de esta
felicidad ajena al yo y al mundo sólo puede durar instantes, el encantamiento
saturado de tristeza, gracias al milagro de la belleza, puede durar horas,
días, toda una vida.
Hermann Hesse. Lecturas
para minutos.