El 11 de febrero de 1963, Sylvia
Plath decide dejar rebanadas de pan con mantequilla y dos vasos de leche dentro
de la habitación de sus hijos. Frieda tiene casi tres años y Nicholas ha
rebasado algunos meses después de cumplir el año. Abre la ventana, quiere
asegurarse que el viento circule por todo el cuarto. Sale del lugar y sella la
puerta con cinta aislante. Sus hijos descansan tranquilamente.
En ese entonces, Plath ya había publicado
dos libros. El primero fue The Colossus and Other Poems (1960) y el
segundo fue The Bell Jar (1963). Sus obras habían recibido una crítica
tibia, nada que sobresaliera en los periódicos o en otros medios. Sylvia no era
famosa, se estaba separando de su pareja (Ted Hughes), porque la había engañado
con su amiga Assia Wevill.
Hay mucho de Plath en la protagonista de La campana de cristal, en el recorrido doloroso de la depresión al intento de suicidio, a la «cura» del electroshock. Y precisamente en estas páginas se percibe la maraña inextricable entre el dolor y la culpa que fue el eje de su vida y de su poesía, como si el dolor fuese fruto de la responsabilidad de quien lo sufre y a la vez el instrumento para llegar a la verdad de la escritura, del ser poeta. Una delgada cresta por la que caminar, por donde transcurre toda su existencia.
Giorgio Van Straten. Historia de los libros perdidos.
Su amor por la literatura era muy
grande, había creado un borrador de su antología de poemas titulada Ariel,
había registrado parte de su vida en un diario y estaba escribiendo una segunda
novela.
A pesar de que tenía una gran
obra, su vida no era un sueño. Sylvia Plath selló la puerta de la cocina, abrió
el horno y colocó su cabeza dentro. Giró la perilla del gas, lo dejó salir
mientras ella dormía lentamente y, ese 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath se
quitó la vida.
Parecía que todo estaba planeado,
porque le dejó todos sus escritos como herencia a Ted Hughes.
Él se dedicó a publicar gran
parte de la obra de Sylvia Plath. Sin embargo, por culpa de Ted, no podemos
conocer en la totalidad el diario, porque arrancó las páginas de los últimos
meses de vida de la escritora, esto lo hizo para que sus hijos nunca leyeran
esa parte del diario y así evitar lastimarlos más. También, por culpa de
Hughes, nunca podremos conocer de qué trataba la segunda novela de Sylvia,
porque el manuscrito de 130 páginas,
de acuerdo a sus palabras, “se perdió en algún lugar en los años setenta”.
En sí, como comenta Giorgio Van Straten, Hughes entregó diversas versiones
demasiado contradictorias sobre la pérdida del manuscrito. En ocasiones, le
echaba la culpa a la madre de Sylvia Plath, quien ya no podía defenderse,
debido a que ya había muerto. En otras situaciones, Ted mencionaba que no era
un escrito de 130 páginas, sino de sesenta o setenta.
Lamentablemente, lo único que se conoce de su obra es que se iba a titular Double
Exposure y, aunque parece un libro perdido, aún hay esperanza, porque
cuando murió Ted (1998), una gran cantidad de documentos de Sylvia Plath fueron
donados a la Universidad de Georgia, sólo con una condición: los documentos no
podían ser consultados antes del año 2022. Por fortuna, ya estamos en la recta
final de dicho año y, probablemente, en 2023 se descubra el borrador de Double
Exposure.
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