BARDO, Falsa Crónica de unas
Cuantas Verdades, es la nueva película de Alejandro González Iñárritu y ya ha dado mucho de qué hablar en los últimos días. Por una parte, el periódico
The Guardian ha catalogado el filme como pretencioso por mostrar una “crisis
existencial escandalosamente narcisista”. En la otra cara de la moneda, diversos
medios han comentado que la película del director mexicano intenta reflejar un
esquema distinto a las narrativas más comerciales que realiza el cine mexicano
contemporáneo.
Y aunque esto convierte en una
cinta pretenciosa a BARDO, también es un gran avance en la exploración
de narrativas cinematográficas que permiten contar una experiencia diferente en
comparación a Mirreyes contra Godínez, donde lo único que se aporta es reforzar
los estereotipos de la desigualdad social que existen en el país.
En México se ha luchado mucho
desde el cine por intentar salir de formulas narrativas que funcionan muy bien para
vender y no aportar nada a la cultura general, como es el caso de El lugar
sin límites, dirigida por Arturo Ripstein; Almacenados, de Jack Zagha
Kababie; Rush Hour, de Luciana Kaplan; o la reciente cinta de Ernesto
Contreras que tituló Cosas Imposibles. En cada uno de estos casos, las y
los directores intentan mostrar personajes más elaborados y complejos que luchan
contra los estigmas sociales en lugar de reforzarlos.
En este sentido, la narrativa de
dichos filmes también busca documentar el intenso tráfico que se viven en
ciudades muy pobladas (Rush Hour), la homofobia histórica que han vivido
las personas por expresar su género (El lugar sin límites y Cosas
imposibles), o el sinsentido de las empresas fantasma que justifican
gastos para lavar dinero (Almacenados).
Teniendo en cuenta este trabajo
que han realizado otros directores, la labor de Iñárritu para crear su película
no es una novedad, sino una consecuencia del proceso creativo que han tenido
otros directores para ofrecer un espacio distinto en las salas de cine.
Incluso, la narrativa de su película no es algo disruptivo o novedoso, sino el
resultado de recursos creativos obtenidos a través de sus influencias, como es
el caso de Un perro andaluz, de Luis Buñuel; 8 ½, de Federico
Fellini; Mother!, de Darren Aronofsky; o Stalker, de Andréi
Tarkovski.
Este tipo de aspectos han llevado
a la película a una crítica sumamente negativa, declarando que BARDO no ofrece
nada nuevo. Sin embargo, en pleno siglo XXI, ¿qué obra podemos considerarla nueva, disruptiva y fuera de este mundo? Ninguna, el cine es un arte
relativamente nuevo y ya se han considerado muchos aspectos en su creación,
como el realismo, el naturalismo, las vanguardias, la nouvelle vague y otros
más. No hay nada nuevo en este siglo, pero tampoco el arte está en crisis. Tal
vez, ahora los artistas pueden voltear con más información hacia el pasado,
documentarse y tomar lo que creen necesario para crear una obra.
En sí, eso es BARDO, una
mezcla de la historia del arte que intenta reflejar y criticar a un México
repleto de cineastas ligados por el nepotismo, la corrupción y la ambición de
obtener ganancias monetarias sin intentar criticar ningún aspecto sobre las desapariciones
de personas que inundan al país, o sobre la complejidad que existe en la
migración documentada y no documentada.
Al menos, Iñárritu tuvo la
valentía de justificar y gritar en su propia casa lo que se observa desde el
exterior, y nada mejor que utilizando una idea sensitiva de la vida, la muerte
y el renacimiento, a lo que los budistas denominan Bardo, pero que los críticos
sólo les gusta impostar la palabra pretensión.