Por: Ian Chávez
Ingeborg Bachmann una vez
escribió en su diario que estaba harta de ocultarse en un búnker para protegerse
de las bombas rusas, porque era insoportable no hablar cuando se escondían muchos
bajo tierra y tampoco le parecía humano tener que aguantar el calor que se
acumulaba cuando toda la gente permanecía inmóvil al escuchar las detonaciones
en toda la ciudad de Klangenfurt. Por eso, Bachmann prefirió salir a su jardín
y leer a Baudelaire mientras esperaba su muerte: “La idea de morir probablemente
allí con todos, como en un rebaño, me causa horror. Por lo menos en el jardín.
Por lo menos al sol”.
Poco se ha escuchado de esta gran escritora austriaca y de su magnífica poesía. Ingeborg Bachmann nació en Klangenfurt, Austria, el 26 de junio de 1926. En dicha región las lenguas convergían unas con otras. En consecuencia, Bachmann aprendió alemán, esloveno e italiano. El lenguaje se volvió algo cotidiano para ella, pero también algo con lo que luchó durante toda su obra poética. Creía que la realidad se imponía a través del lenguaje y no existía tregua ante ello, por eso, en su poema “Ustedes palabras”, menciona lo siguiente: “La palabra / sólo arrastrará / otras palabras, / la frase otras frases. / El mundo así quiere, / definitivamente, / imponerse, / quiere estar dicho ya.”
Sin embargo, no sólo le preocupaba
que el mundo se autodefiniera a través del lenguaje, sino que el humano era
incapaz de asirlo. Por esta razón, la artista declaró lo siguiente en su poema “Una
especie de pérdida”: “No te he perdido a ti, / sino al mundo.”
Ante todos estos aspectos un
tanto pesimistas, el lector se pregunta por qué tanta desgracia surge en la
poesía de la escritora austriaca. Bueno, la respuesta se encuentra
probablemente en aquellos recuerdos que ella tuvo cuando, a los trece años, presenció
cómo las tropas alemanas ocupaban su amada ciudad. Esto, con el paso del
tiempo, generó grandes estragos anímicos en Ingeborg, debido a que no formaba
parte de las ideas nazis, pero tampoco quería hacer un servicio obligatorio en
Polonia, mejor prefirió -a sus 18 años- asistir a la escuela para maestros y
renunciar a sus estudios universitarios en Viena.
En dicha época, estudiaba, daba
clases y cavaba junto a sus pequeños alumnos para hacer trincheras, al tiempo
que los rusos bombardeaban la ciudad en donde nació.
Todos los niños se presentaron para cavar, pero no había ni un maestro, por supuesto tampoco Anderluh. Naturalmente, las jefas de clase fueron las responsables; además, todo este rebaño de borregos no ha tomado consciencia de lo que estos ejemplares señores maestros se permiten. Llena de rabia, estuve removiendo con la pala el duro suelo…
Ingeborg Bachmann, Diario de guerra
Afortunadamente, la escritora
sobrevivió a los ataques rusos, también pudo presenciar el derrocamiento de la Alemania
nazi y observó cómo los soldados ingleses arrestaban a fanáticos del nacionalsocialista.
En ese periodo, el Field Security Section (FSS) revisaba los expedientes de todos
los habitantes de la provincia de Carinthia. Ahí, Bachmann conoció a un soldado
austriaco judío que le pareció feo, pero que, a través de los días, cayó enamorada
de él, incluso en su Diario escribió una vez lo siguiente:
Hemos hablado hasta bien entrada la tarde, y me ha besado la mano antes de marcharse. Nunca antes me ha besado nadie la mano. Estoy loca de la emoción y feliz; cuando se había ido, me subí al Wallischbaum, ya había oscurecido, y he llorado y pensado que nunca más quiero volver a lavarme la mano.
Ingeborg Bachmann, Diario de guerra
Lamentablemente, su romance con Jack
duraría poco, porque él tuvo que viajar a Palestina para ayudar a otros judíos
que sufrieron pérdidas durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el gran
amor entre ellos fue recopilado en las cartas de Jack Hamesh, quien escribía
una y otra vez que la extrañaba y que deseaba verla nuevamente, pero eso nunca
sucedió.
Con el paso de los años, Bachmann
se enamoraría de Paul Celan y se casaría con Max Frisch. No obstante, su vida
estuvo marcada por la desgracia amorosa y por presenciar las atrocidades del
nazismo, no por nada, en su poema “Nada de Delikatessen” declara que nada le
agrada y que escribir adornando el mundo no sirve, porque todo ha sucedido y se
ha convertido en un peso que se carga en la memoria: “Y nada me gusta. / ¿Debo /
ataviar una metáfora / con una flor de almendro? / ¿crucificar la sintaxis /
sobre un efecto de luz? / […] No descuido la escritura, / sino a mí misma. /
Los otros saben / dios lo sabe / qué hacer con las palabras. / Yo no soy mi
asistente”.
Ingeborg fue reconocida como una
de las más grandes poetas austriacas de posguerra del siglo XX. No obstante, su
abuso por los barbitúricos la llevarían a encender un cigarrillo el 17 de
octubre de 1973, y a causa de ello existe la hipótesis de que murió quemada
dentro de su habitación en Roma.