LA FIESTA
Qué importa recordar que una vez cerramos la puerta de nuestro cuarto,
para llorar, con el rostro oculto entre las manos.
El aire dice que una vez sonreímos por nada,
y que nos conoce, desde antes que supiésemos quiénes somos,
cuando éramos fantasmas entre ruinas
contempladas por estrellas muertas hace siglos.
Qué importa recordar que todo quedó a oscuras
cuando los labios amados olvidaron nombrarnos,
que los vidrios de la ventana se llenaron de polvo,
y la nieve obscureció al día en vez de iluminarlo,
y en la calle había sólo papeles sucios,
y los bellos, veleros de las estaciones
eran detenidos por algas informes.
Un aguacero azul hace más claro el bosque,
el sol torna la iglesia abandonada
en un campo salpicado de amapolas,
y de los carruajes cuya llegada nos anuncia
una joven sonámbula,
aparecen niños vestidos, como guerreros de otra época
mientras giran los carruseles
entre la música de organillos resucitados.
Nos despojamos la máscara que nos pusimos
para que nos viera la vida que no era nuestra vida,
y no tememos a la pureza ni a la verdad,
porque los relojes se liberan del día y de la noche,
el pan vuelve a ser trigo,
la boca no huye del canto,
y el vino es el mensaje que nos envía el cielo liberado.
JORGE TEILLIER