El escenario debe más al amor que a la vida del hombre; pues para el escenario, el amor es siempre asunto de comedias y de vez en cuando de tragedias; pero en la vida hay mucha malicia, a veces como de sirena, a veces como de furia. Se puede observar que entre todas las personas grandes y valiosas (de las que queda memoria, tanto antiguas como recientes), no hay ninguna que haya sido transportada al estado de locura de amor, lo que demuestra que los grandes espíritus y los grandes negocios deben mantenerse fuera de las pasiones débiles. No obstante, se debe exceptuar a Marco Antonio, el copartícipe del imperio de Roma, y a Apio Claudio, decenviro y legislador; el primero de los cuales fue en verdad un hombre voluptuoso y desordenado, pero el último fue austero y prudente; por tanto, parece que el amor (aunque raramente) puede hallar entrada no sólo en un corazón abierto, sino también en un corazón bien fortificado, si no mantiene buena vigilancia. Vale poco el dicho de Epicuro de que Satis magnum alter alteri theatrum sumus; como si el hombre, creado para la contemplación del cielo y de todos los objetos nobles, no tuviera que hacer otra cosa sino arrodillarse ante idolillos y someterse, aunque no por la boca (como están las bestias), mas por los ojos, que le fueron dados para fines más elevados.
Resulta extraño observar el exceso de esa pasión y cómo ofende a la naturaleza y valor de las cosas, de ahí que el hablar en perpetua hipérbole es grato nada más que en el amor y no solamente lo es en las frases; mientras que se ha dicho acertadamente que el adulador bromista, con quien se entienden todos los aduladores despreciables, se adula a sí mismo, en verdad, el amante es algo más, pues nunca hubo un hombre que pensara tan absurdamente bien de sí mismo; como hace el amante de la persona amada; por tanto, estuvo bien dicho lo de que es imposible amar y ser juicioso. Ni esta debilidad se presenta sólo a otros, ni a la parte amada, sino a la amada sobre todo, salvo que el amor sea recíproco; pues es regla cierta que el amor siempre es recompensado, tanto recíprocamente o con un desdén íntimo y secreto; por cuanto la mayor parte de los hombres debería darse cuenta de esa pasión que pierde no sólo a otras cosas sino a sí misma. En cuanto a las otras pérdidas, las expresa bien el relato del poeta: Que el que prefirió a Helena, renunció a los dones de Juno y Palas, pues quienquiera que estime demasiado la afección amorosa, renunciará tanto a las riquezas como a la prudencia.
Esa pasión tiene su afluencia en los verdaderos momentos de debilidad que son los de gran prosperidad y gran adversidad, aunque esta última ha sido menos observada; ambas encienden el amor y lo hacen más ferviente, y, por tanto, demuestran que es hijo de la insensatez. Harán mejor los que, no pudiendo rechazar el amor, le den cuartel y lo separen completamente de sus asuntos y actividades serias de la vida; porque si se interfiere una vez en los negocios, perturba la suerte de los hombres y hace que no puedan en modo alguno ser leales a sus propios fines. No sé por qué, pero los hombres marciales están dados al amor; creo que es porque están dados al vino, pues los peligros, generalmente, reclaman ser recompensados con placeres. Hay en la naturaleza del hombre una secreta inclinación y tendencia hacia el amor a otros, las cuales si no se emplean en una o pocas personas, se extiende naturalmente hacia muchas y convierte a los hombres en humanitarios y caritativos, como se ve muchas veces en los frailes. El amor nupcial hace a la humanidad, el amor amistoso la perfecciona, pero el licencioso, la corrompe y envilece.