Harold Bloom sobre William Faulkner | MÁS LITERATURA

William Faulkner Portada




Escribiendo sobre Faulkner hace una docena de años, profeticé algo que ahora se hace necesario perfilar:

Su gran familia la forma un Dickens enloquecido más que un Conrad salvaje, y la horrible saga del clan Snopes, desde el exageradamente competente Flem Snopes al del acertado nombre de Wallstreet Panic Snopes. Flem, como señala David Minter, está libre de toda angustia. Su sitio está en Washington D. C.: ha llegado hasta allí y provee de personal a la Casa Blanca. Y vaya por dónde que también provee de personal a las universidades y pronto lo hará con todo el país en cuanto sus hijos espirituales, los yupis, lleguen a la edad adulta. Ivy League Snopes, Regan Revolution Snopes, Jack Kemp Snopes: las posibilidades son ilimitadas. Sus familias arruinadas y ahogadas por el peso de la tradición son el tributo que Faulkner rinde a su región. Su clan Snopes es el obsequio a su país.

Ahora, en agosto de 1998, un Snope es portavoz de la Cámara de Representantes, otro encabeza el Senado y un Snopes (del partido contrario) es el presidente del Gobierno. El Congreso está dividido casi al cincuenta por ciento entre los que son Snopes y los que no. La visión de los Snopes es tan magnífica y omniabarcadora que merece convertirse en nuestra mitología nacional política y económica.

La mayoría de las esplendorosas historias de los Snopes están en El villorrio y en La ciudad. «El granero en llamas» se mantiene a bastante distancia, aunque originariamente Faulkner la hubiera concebido para ser el primerísimo inicio de la saga. El joven protagonista de «El granero en llamas», Sarty Snopes, es totalmente opuesto a su padre, el lúgubre Abner Snopes, ladrón de caballos e incendiario de graneros. Mientras que Ab Snopes es una especie de Satán en guerra con todo el mundo, su hijo Sarty muestra un orgullo más fino y un sentido del honor que prevalece incluso sobre su lealtad al demoniaco Abner.

Hay algo sublime en el personaje del muchacho Sartoris Snopes, una cualidad de «más allá» trascendente que no puede explicarse por la herencia o el entorno. Faulkner, a pesar de su intensidad gótica, se negaba a aceptar cualquier visión sobre determinada de la naturaleza humana. Lo que hace que sea tan memorable «El granero en llamas» es su vivido retrato de Ab Snopes, el aterrador ancestro de todos los Snopes que ahora y siempre nos atormentan. Pero la conclusión pertenece por completo al joven Sartoris Snopes, quien no habrá de volver con su destructiva familia. Dirigiéndose hacia la música de un chotacabras, Sarty se encamina a un renacer:

Descendió la colina, hacia el oscuro bosque en cuyo interior llamaban incesantes las voces de líquida plata de los pájaros; el latido rápido y apremiante del corazón apremiante y cantor de la noche del fin de la primavera. No volvió la vista atrás.

Fragmento del libro Cuentos y cuentistas. El canon del cuento, de Harold Bloom.
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