En De qué hablamos cuando
hablamos de escribir, Haruki Murakami nos comparte diversas experiencias
sobre su vida como lector, escritor y traductor. A través de once capítulos nos
cuenta cómo decidió convertirse en escritor y cuáles han sido sus dificultades
después de publicar su primera novela y tener éxito tanto en su país como en el
extranjero.
El escritor japonés comienza
narrando su historia personal: en sus veintes, Murakami ya estaba casado y
había solicitado un préstamo bancario para colocar un bar en Tokio, lugar donde él tuvo
una estrecha relación con el jazz, porque en Musashino vivían muchos músicos de
jazz y ahí tocaban el piano que Murakami había llevado desde su casa, para
ofrecer grandes veladas a todas las personas que visitaban su negocio.
Sin embargo, no todo era color de
rosas, en ocasiones, Haruki no reunía lo suficiente para pagar sus deudas, y
tampoco para pagar los servicios básicos en su hogar, incluso un día no tenía
suficiente dinero y se quedó sin calefacción. La única salvación fue la suerte:
una noche encontró tanto dinero, que pudo cubrir sus gastos para salir de esa
situación.
Aunque hacía las cosas que me gustaban, las deudas me acuciaban y me costaba muchísimo pagarlas. No solo debía dinero a mis amigos, también al banco. Los préstamos de los amigos pude devolverlos al cabo de algunos años con un poco de interés. Trabajaba de la mañana a la noche y apenas ganaba para comer. Había cierta lógica en ello, era justo. Entonces llevábamos (me refiero a mi mujer y a mí) una vida modesta, casi espartana. No teníamos televisión, ni radio, ni tan siquiera un despertador. Apenas podíamos calentarnos las noches de invierno y nos apretujábamos con los gatos para al menos entrar en calor. También ellos, la verdad, se acercaban desesperados a nosotros.
Una noche caminábamos cabizbajos por la calle, abatidos ante la imposibilidad de juntar el dinero para afrontar el pago de una cuota al banco, cuando encontramos un montón de billetes arrugados que alguien había perdido. No sé si llamarlo sincronización, casualidad, destino o lo que sea, pero, por extraño que parezca, era la cantidad exacta que nos hacía falta. De no satisfacer la cuota al día siguiente, el plazo se habría agotado, así que aquello nos salvó la vida. (No sé bien por qué, pero a veces me suceden este tipo de cosas). Honestamente, tendría que haberle entregado el dinero a la policía, pero en aquel momento ni siquiera estaba en condiciones de guardar las apariencias. Es tarde para pedir perdón, pero quiero aprovechar la ocasión para disculparme… Me gustaría compensar de algún modo lo que hice.
Y aunque hacía lo que le gustaba,
Murakami todavía no tenía idea de que iba a ser escritor, esto sucedió cuando
asistió a un partido de béisbol, en el estadio de Jingu, en 1978. Jugaban los
Tokyo Yakult Swallows contra Hiroshima Toyo Carp. Él apoyaba al equipo Tokyo
Yakult, disfrutaba del juego, no había un gran espectáculo porque a su equipo
no le había ido bien en esa temporada. Sin embargo, un bateador golpeó bien la
pelota y todos le aplaudieron, y en ese preciso momento, sin coherencia alguna,
él se dirigió sus palabras y tomó la decisión de que él también podía escribir
una novela.
El primer bateador de los Tokyo Yakult era un jugador estadounidense desconocido y muy delgado que se llamaba Dave Hilton. Era el primero en el turno de bateo. El cuarto era Charles Manuel, que más tarde alcanzaría la fama como entrenador del Philadelphia Phillies, aunque entonces solo era un bateador potente y gallardo al que los aficionados japoneses conocíamos como el «Diablo Rojo». Me parece que el primer lanzador de los Hiroshima era Satosi Takahashi y de los Tokyo Yakult, Yasuda. En la primera entrada, cuando Takahashi lanzó la primera bola, Hilton bateó hacia el lado exterior izquierdo y alcanzó la segunda base. El golpe de la pelota contra el bate resonó por todo el estadio y levantó unos cuantos aplausos dispersos a mi alrededor. En ese preciso instante, sin fundamento y sin coherencia alguna con lo que ocurría a mi alrededor, me vino a la cabeza un pensamiento: «Eso es. Quizás yo también pueda escribir una novela».
Después de tomar esta decisión, subió a un tren para regresar a casa y, en la mesa de su cocina, comenzó a escribir su
primera novela en japonés. Como era de esperarse, cuando terminó su primera obra, el
resultado no le había gustado. Así que tomó su máquina de escribir y comenzó a
crear una nueva historia, pero ahora en inglés. Este ejercicio le hizo darse
cuenta que el inglés le permitía cierta libertad y límites en el lenguaje, por
lo que le daba un resultado que esperaba.
Cuando terminó su obra en inglés,
posteriormente, tradujo su propia creación al japonés. Así nació su primer
libro: Escucha la canción del viento. No obstante, Murakami no tenía una
editorial para publicar su obra, era un escritor que nadie conocía, sólo su
familia sabía que escribía y que esa actividad era un pasatiempo. Así que metió
su manuscrito al premio de escritor novel de la revista literaria Gunzo. El
proceso de selección duró más de un año, hasta que le comunicaron que había
ganado el premio.
Para Murakami no fue una gran
sorpresa ganar el premio, porque tenía la confianza de haber escrito algo bueno.
Sin embargo, la crítica arremetió contra él, incluso un compañero de su
instituto se acercó un día a su bar y le dijo “Si se puede ganar un premio con
una obra como esa, también yo puedo hacerlo”.
A pesar de las críticas que han
existido hacia el escritor por no ganar el Nobel u otros premios de renombre, o
por ser considerado un bestseller, las obras del escritor japonés se encuentran traducidas en muchas lenguas alrededor del mundo, y eso es uno de los factores
más importantes para que una obra literaria viva: la existencia permanente de
lectores.