FERNANDO PESSOA
ALEJANDRA PIZARNIK
Precaria por su carencia de sucesos memorables o insólitos es la biografía de Pessoa. De su vida sentimental sólo se conocen unos amores fugaces con una muchacha a la cual escribe en la carta de ruptura que su destino pertenece a otra Ley, cuya existencia no sospecha usted siquiera… Estas palabras, o el imposible que revelan, no dejan de evocar a Kierkegaard y a Kafka. Pero, por honrosas que sean, es preferible no establecer comparaciones, pues el caso de Pessoa es único en la historia de la literatura.
Tampoco conviene clasificarlo por su adhesión a las ciencias ocultas, adhesión que comparte con otros grandes poetas modernos desde Nerval, Mallarmé y Rimbaud hasta Breton. En cambio, es muy exacta la definición de Paz: la historia del verdadero Pessoa podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad de sus ficciones.
También es muy cierta esta descripción:
En Fernando Pessoa, poeta portugués, reconocemos el orgullo de Hegel y de los filósofos de la naturaleza, la actitud ejemplar del pensador idealista que sabe que al espíritu humano nada le resulta imposible, ni siquiera el don de dar vida. Para este hombre poseído y milagrosamente libre (puesto que juega con aquellos que lo poseen), el acto poético se vuelve verificable en su génesis en el hueco central del ser, el cual rompe por sí mismo sus amarras para tentar la fabulosa aventura siempre recomenzada: arrancar de sí al Otro, investirlo de carne viviente y, proyectándolo en el espacio, darle sus oportunidades.
Pessoa no sólo dio vida objetiva al Otro sino a los Otros. En 1914 irrumpen los heterónimos, nacen de Pessoa los poetas que son y no son Pessoa, a pesar de que él los ha creado. Ellos son Alberto Caeiro y sus discípulos, Álvaro de Campos y Ricardo Reis. (No sé, por supuesto, si ellos son los que no existen o si soy yo el inexistente: en estos casos no debemos ser dogmáticos.) En cuanto a los poemas de cada uno de ellos, escasa o ninguna relación tienen entre sí ni tampoco se asemejan a los del propio Fernando Pessoa. Cada poeta, llámese Caeiro, Campos o Reis, es dueño de un estilo propio y existe por sí mismo. Por otra parte, no sólo no se parecen a su creador, el poeta Pessoa, sino que hasta lo contradicen. En suma, Pessoa no es un inventor de personajes-poetas sino un creador de obras-de-poetas.
Alberto Caeiro es el maestro de Campos, de Reis y del mismo Pessoa (en una carta donde narra el origen de los heterónimos, Pessoa escribe: Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, al que inmediatamente llamé Alberto Caeiro. Perdóneme lo absurdo de la frase: en mí apareció mi maestro.)
Caeiro es el hombre reconciliado con la naturaleza. Carece de ideas, puesto que las niega. Su función es existir; su creencia: sólo es lo que existe. Paz lo califica de poeta inocente, pues Caeiro habla desde un lugar anterior a cualquier escisión. Para él, las palabras son las cosas y, a diferencia de Pessoa, no manifiesta nostalgia de la unidad (¿y cómo va a tener nostalgia del dominio en que reside?). Si bien sus palabras son las de un sabio, Paz afirma, con razón, que la máscara de inocencia que nos muestra Caeiro no es la sabiduría; ser sabio es resignarse a saber que no somos inocentes. Pessoa, que lo sabía, estaba más cerca de la sabiduría.
Distinto del maestro es el futurista Álvaro de Campos. Su única semejanza estriba en que los dos cultivan el verso libre, los dos atropellan el portugués, los dos no eluden los prosaísmos.
Quien haya leído los manifiestos de los futuristas y también los poemas de los variados integrantes de ese movimiento, no ha dejado de comprobar el tono seguro y hasta triunfal de aquellos exaltadores de la ciudad moderna. La peculiaridad de Campos consiste en que, con la misma voz de los futuristas — y, además, con resabios, de Whitman—, canta un canto de derrota, de agonía y de impotencia. A la dolorosa luz de las grandes lámparas eléctricas de la fábrica / Tengo fiebre y escribo. / Escribo rechinando los dientes, rabioso ante esta belleza, / Esta belleza totalmente desconocida para los antiguos.
Ricardo Reis es un poeta muy diferente de Caeiro y de Campos. Neoclásico, escribe breves odas paganas. Pessoa no admira excesivamente su perfección formal: Reis escribe mejor que yo pero con un purismo que considero exagerado. Por su parte, Reis escribió notas críticas sobre Caeiro y Campos que son un modelo de precisión verbal y deincomprensión estética. Reis, como Pessoa, apela a metros y formas fijas. Su poesía —así como la de Pessoa— es búsqueda de la propia identidad. Ambos se pierden en los vericuetos de su pensamiento, se alcanzan en un recodo y, al fundirse con ellos mismos, abrazan una sombra. El poema no es la expresión del ser sino la conmemoración de ese momento de fusión.
La obra del propio Pessoa consiste en escritos en prosa y poesías en portugués y en inglés (estas últimas son las menos importantes). A su vez, los escritores en prosa se dividen en aquellos firmados con su nombre y los que llevan los pseudónimos de Barón de Teive y de Bernardo Soares (Pessoa advierte que no hay que considerar a estos dos nombres como heterónimos pues escriben con el estilo de él).
En la obra de Pessoa el tema de la enajenación y de la búsqueda de sí, en el bosque encantado o en la ciudad abstracta, es algo más que un tema: es la sustancia de su obra.
Para Pessoa, el poeta es un fingidor que finge tan completamente que llega a fingir que es dolor el dolor que de veras siente. Tanta creencia en la irrealidad le hace decir: ¿por qué, engañado, juzgo que es mío lo que es mío? Proposiciones como estas son algo más que paradojas imbuidas de ese humor doloroso y delicioso que hace pensar en un Lichtenberg o en un Macedonio Fernández. Ellas son, Paz lo muestra, la clave que revela la significación de los heterónimos.
Los heterónimos son lo que Pessoa quiso ser, pero también son lo que no quiso ser, un yo, una personalidad individual. De ahí que ese proceso de disgregación, padecido y asumido por Pessoa con una originalidad y una valentía pocas veces igualada, provoque una fertilidad secreta: el yo termina por ser corroído. Y no está mal que así sea si compartimos con Octavio Paz la convicción de que el verdadero desierto es el yo, no sólo porque nos encierra en nosotros mismos, y así nos condena a vivir con un fantasma, sino porque marchita todo lo que toca.
"Fernando Pessoa" es un ensayo de Alejandra Pizarnik que se encuentra en su libro Prosa Completa.