El concepto de Realismo Sucio fue
mencionado, por primera vez, por el norteamericano Bill Buford, en su brevísimo
ensayo “Realismo sucio: una nueva escritura de Estados Unidos”.
El texto fue publicado en 1983,
en la revista británica Granta, la cual editaba Bill. En el ensayo, Bill
describió al Realismo sucio como una nueva perspectiva dentro de la narrativa
norteamericana del siglo XX, pues este tipo de literatura mostraba a personajes
comunes que no realizaban actos heroicos o ambiciosos como en las novelas de
Norman Mailer o Saul Bellow.
Buford tampoco consideraba que el Realismo sucio tuviera algo que ver con las narrativas postmodernistas o deconstruccionistas, porque no buscaba complejizar el discurso ni la estructura narrativa, como lo hacían John Barth, William Gaddis o Thomas Pynchon.
De hecho, este tipo de narrativa
le parecía a Buford como algo “pretencioso” y que no cabía dentro del Realismo
sucio, porque en el Realismo sucio se buscaba mostrar historias que no
estuvieran tan adornadas, que no describieran todo lo que existe en la
atmósfera y en la escena, de esta manera, se lograban silencios gigantescos que
le pedían al lector un mayor esfuerzo y concentración en la lectura y en su
capacidad imaginativa.
Además, dentro de las historias
se intentaba mostrar el estilo de vida de las personas que no tenían grandes
puestos ejecutivos o cargos importantes en una firma de abogados. En el
Realismo sucio se buscaba reflejar la cotidianidad de las meseras sirviendo
café, los cajeros aburriéndose en los supermercados o las peleas entre
trabajadores de la construcción.
Buford sabía que en la simpleza
existía una gran complejidad, porque se mostraban los problemas sociales e
individuales que sufrían las clases menos favorecidas de Estados Unidos.
Por este motivo, la mayoría de
los personajes eran alcohólicos y, en consecuencia, se metían en problemas con
facilidad.