María Enriqueta Camarillo y el Premio Nobel de Literatura | MÁS LITERATURA

María Enriqueta Camarillo

 

María Enriqueta Camarillo nació en Coatepec, Veracruz, en 1872. A muy temprana edad, ella y su familia se mudaron a la Ciudad de México. En dicho lugar, María estudió piano en el Conservatorio de Música, y ahí es donde conoció las composiciones de Moszkowski. Como admiraba mucho a este artista, decidió utilizar su apellido como seudónimo para publicar sus dos primeros libros de poesía, pues a principios del siglo XX, era difícil que una mujer fuera publicada y leída.

Escribió prosa, poesía y también tradujo diversas obras del francés. Su labor literaria fue tan intensa que, tiempo después, su obra comenzó a ser conocida por su nombre y no por su seudónimo.

Así, María Enriqueta fue elogiada como una escritora del Modernismo Hispanoamericano. Desde entonces, su obra recibió una buena acogida por parte de los críticos y los lectores. Incluso Ramón López Velarde y Gabriela Mistral elogiaron sus libros.

En 1951, fue candidata para recibir el Premio Nobel. Sin embargo, lo ganó el escritor sueco Pär Lagerkvist.

A pesar de que María Enriqueta Camarillo se encontraba en estándares muy altos de escritura literaria, su nombre no es muy recordado en ámbitos académicos y/o artísticos.

Lamentablemente, murió a los 96 años. Así que, para recordarla, aquí compartimos algunos de sus poemas: 

Al mar

Mientras tu canto resuena,
yo pienso en la patria mía...
Por sólo enterrar mi pena
en tus orillas de arena,
vine de mi serranía.

Vine por dejar mis males
en tus hondos arenales...
Mas, a tu abierto horizonte,
prefiero mi oscuro monte,
y a tus algas, mis rosales...

No cambio mis negras frondas
por tus aguas de colores;
mas vine a oír sus rumores,
porque dicen que tus ondas
curan los males de amores...

Así dijo el agua

En tanto que caía mansamente,
díjome el chorro en el pilón derruido:
«Del jardín de tu dueño aquí he venido;
hoy canté mis canciones en su fuente.

El rumor celestial de mi corriente
cosas tan dulces murmuró en su oído,
que el dueño de tu amor, agradecido,
ha puesto en mí sus labios reverente...»

Dijo así en el pilón. El sol ardía,
eran de fuego sus fulgores rojos...
Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,
ese beso que él puso en la onda fría,
y que nunca pondrá sobre mis ojos...

A una sombra

Sólo te vi un instante...
Ibas como los pájaros:
sin detener el vuelo,
sin mirar hacia abajo...
Cuando quise apresarte
en la red de mis manos,
sólo llevaba el viento
un perfume de nardo,
y ya lejos, dos alas,
borrábanse en ocaso...
¡Oh, visión que brillaste
como fugaz relámpago!
¡Oh, visión peregrina
que, cual ave de paso,
cruzaste por el cielo
de mis soñares vagos!
Tras de ti, cual mariposas,
mis anhelos volaron,
y aun no tornan del viaje
que soy fiel y te amo.
Te amo con la locura
porque en tu vuelo rápido,
no viste que se alzaban
hacia ti mis dos manos...
Porque ante mí pasaste
como sueño fantástico,
porque ya te extinguiste
como los fuegos fatuos.
¡Oh, aparición divina,
bella porque has volado!
¡No retornes del viaje!
Yo, con pasión te amo,
porque fuiste en el cielo
de mis soñares vagos,
solamente dos alas
y un perfume de nardo...

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