Poder y
violencia, aunque son distintos fenómenos, normalmente aparecen juntos. Siempre
que se combinan el poder es, ya sabemos, el factor primario y predominante. La situación,
sin embargo, es enteramente diferente cuando tratamos con ambos en su estado
puro -como, por ejemplo, sucede cuando se produce una invasión y ocupación
extranjeras-. Hemos visto que la ecuación de la violencia con el poder se basa
en la concepción del Gobierno como dominio de un hombre sobre otros hombres por
medio de la violencia. Si un conquistador extranjero se enfrenta con un
Gobierno impotente y con una nación no acostumbrada al ejercicio del poder
político, será fácil para él conseguir semejante dominio. En todos los demás
casos las dificultades serán muy grandes y el ocupante invasor tratará
inmediatamente de establecer Gobiernos «Quisling», es decir, de hallar una base
de poder nativo que apoye su dominio. El choque frontal entre los tanques rusos
y la resistencia totalmente no violenta del pueblo checoslovaco es un ejemplo
clásico de enfrentamiento de violencia y poder en sus estados puros. En tal
caso, el dominio es difícil de alcanzar, si bien no resulta imposible
conseguirlo. La violencia, es preciso recordarlo, no depende del número o de
las opiniones, sino de los instrumentos, y los instrumentos de la violencia,
como ya he dicho antes, al igual que todas las herramientas, aumentan y
multiplican la potencia humana. Los que se oponen a la violencia con el simple
poder pronto descubrirán que se enfrentan no con hombres sino con artefactos de
los hombres, cuya inhumanidad y eficacia destructiva aumenta en proporción a la
distancia que separa a los oponentes. La violencia puede siempre destruir al
poder; del cañón de un arma brotan las órdenes más eficaces que determinan la
más instantánea y perfecta obediencia. Lo que nunca podrá brotar de ahí es el
poder.
Fragmento del ensayo Sobre la violencia,
de Hannah Arendt. Alianza Editorial.