Semipalatinsk, 31 de mayo de 1858
La idea fundamental de mi novela es muy feliz: la figura del protagonista,
nueva y nuca llevada al libro. Se trata, sin embargo, de una figura muy frecuente
hoy en la vida real en Rusia (según infiero de los movimientos e ideas nuevas,
que a todos dominan), y estoy seguro de que, a mi regreso, lograré enriquecer
la novela con nuevas observaciones. No hay que precipitarse, amigo mío, sino
procurar hacer algo bueno. Tú me escribes que yo soy muy vanidoso y quiero
destacarme ahora con alguna obra de mérito sobresaliente, y que por eso estoy empollando
pacientemente, incubando esa magnífica obra. Supongamos que sea cierto, pero
como yo tengo por ahora el propósito de dejar a un lado las novelas, y sólo
trabajo en dos novelas cortas que no pasarán de medianas, no hay que hablar de
que empollo.
¿De dónde sacas tú que al primer intento se puede pintar un
cuadro? ¿Cuándo has adquirido esa convicción? Créeme a mí: para todo se
requiere trabajo, una labor gigantesca. Ten la seguridad de que cualquier poema
gracioso y ligero de Pushkin nos parece ahora a nosotros tan gracioso y ligero,
precisamente por lo mucho que lo trabajó y corrigió el poeta. Esa es la verdad.
Gógol tardó ocho años en escribir su Almas muertas. Todo lo que sale de
un tirón está todavía verde. Dicen que en los manuscritos de Shakespeare no se
advierten tachaduras. Pues por eso, presenta tales monstruosidades y pruebas de
mal gusto: si hubiera trabajado más, le habría salido mejor. Tú, sin duda,
confundes la inspiración, la primera momentánea aparición de una imagen o un
impulso en el alma del artista (cosa que siempre ocurre), con el trabajo. Yo
empiezo por escribir cada escena según se me ocurre en el primer instante, y me
recreo mucho con ella, pero luego la trabajo durante meses o hasta un año. Me
dejo entusiasmar por ella varias veces (pues me gusta la escena), y tacho aquí,
y pongo allá, y créeme, la escena siempre sale ganando. Sólo hay que tener
inspiración. Sin inspiración, naturalmente, no se puede hacer nada.