La rabia me ha salvado la vida. ¿Sin ella que sería de mí? ¿Cómo soportaría un titular que salió un día en el periódico y que decía que cien niños mueren diariamente de hambre en Brasil? ¿La rabia es mi más profunda rebeldía contra el hecho de ser humana? Ser humana me cansa. Y también me da rabia sentir tanto amor inútil. Hay días en los que vivo de pura rabia de vivir. Porque la rabia me revive: nunca me he sentido tan alerta. Ya sé que esto va a pasar y que volverá la carencia necesaria. Y entonces lo querré todo, ¡todo! Ah, qué bueno es necesitar y tener. Qué bueno es el instante en que se necesita, el instante que precede al de tener. Pero tener fácilmente, no. Porque esa aparente facilidad cansa. ¿Hasta escribir es fácil? Si es así, dejo de escribir. ¿Por qué yo, que escribía con las entrañas, ahora escribo con la punta de los dedos? Es un pecado, ya lo sé, querer la carencia. Pero la carencia de la que hablo es más plena que esta especie de abundancia. Me voy a dormir porque no soporto este mundo mío de hoy, lleno de cosas inútiles. Buenas noches para siempre, para siempre. Y no quiero oír la voz humana: sufro de contaminación sonora. Y si soporto mi voz despidiéndose es porque acentúa mi rabia. Sólo una rabia es bendita: la de los que necesitan. La de los que comen ratones porque tienen hambre y espesan la sopa con barro.
Clarice Lispector. Correo femenino.