En los Ensayos, de Michel de Montaigne, se encuentra un texto titulado
“Observaciones sobre los medios de hacer la guerra de Julio César”, en donde se
muestran ejemplos de cómo Julio César utilizaba diversas tácticas para ganar
sus combates.
Montaigne relata que le gustaba que
sus soldados fueran disciplinados, feroces y bien vestidos: “Gustaba en verdad
de verlos ricamente ataviados, haciendo que llevaran arneses cincelados,
dorados y plateados, a fin de que el cuidado de la conservación de sus armas
los hiciera más terribles en la defensa”.
Sin embargo, lo que llama la atención
es que Julio César consideraba muy importante que sus soldados supieran nadar,
porque de esta manera podía atacar por tierra y por mar. Así podía vencer a sus
enemigos:
Cuando los primitivos griegos querían acusar a alguien de incapacidad extrema era común entre ellos decir «que no sabía leer ni nadar»: César también creía que la ciencia de nadar era en las guerras utilísima, y de ella alcanzó provecho grande. Cuando había menester despachar con urgencia algún negocio, franqueaba ordinariamente a nado los ríos que en su camino le salían al paso, pues era amigo de viajar a pie, lo mismo que Alejandro el Grande. Como en Egipto se viera obligado para salvar su vida a guarecerse en un barco pequeño, en el cual tanta gente buscó albergue que todos temían ahogarse de un momento a otro, prefirió lanzarse al mar, ganando su flota a nado, la cual estaba unos doscientos pasos más allá, y guardó en su mano izquierda sus tablillas fuera del agua, mientras que con los dientes sujetaba la cota de armas a fin de que el enemigo no se la arrebatara. Realizó esta proeza siendo ya casi viejo.