En la noche secular
En la noche secular deambulas
sola en tu casa. Son las dos-treinta,
Todos te han abandonado,
o esta es tu historia;
lo recuerdas de los dieciséis,
cuando los otros estaban en algún lugar, pasándolo bien,
o eso es lo que sospechabas,
y tuviste que ser niñera.
Tomaste una
inmensa bola de helado de vainilla
y llenaste el
vaso con jugo de uva
y ginger ale, y
pusiste a Glenn Miller
con su sonido big-band,
y encendiste un
cigarrillo y voló el humo sobre la chimenea,
y lloraste por
un momento porque no estabas bailando,
y bailaste, por
ti misma, con la boca rodeada de púrpura.
Ahora, cuarenta
años después, las cosas han cambiado,
y son pequeñas
y tiernas habas.
Es necesario
guardar un vicio secreto.
Esto es lo que
se obtiene de olvidar comer
a las horas
indicadas. Las cocinas cuidadosamente,
las escurres,
les agregas crema y pimienta,
y despacio subes
y bajas las escaleras,
recogiéndolas
con tus dedos directo del tazón,
hablando
contigo en voz alta.
Te sorprendería
si tuvieras una respuesta,
pero esa parte
vendrá después.
Existe
demasiado silencio entre las palabras,
dices. Dices,
La ausencia sentida
de Dios y la
presencia sentida
equivalen a lo
mismo,
sólo al revés.
Dices, tengo
demasiada ropa blanca.
Comienzas a
tararear.
Hace varios
cientos de años
esto pudo haber
sido misticismo
o herejía. No
lo es ahora.
Afuera hay
sirenas.
Alguien ha sido
atropellado.
El siglo avanza
implacablemente.
Margaret Atwood
Traducción: Más Literatura