Hemingway, Bukowski,
Fitzgerald, Borges y otros grandes escritores son reconocidos en la actualidad
por sus obras literarias. Sin embargo, durante su juventud tuvieron que luchar
contra el voraz y complicado mercado editorial.
Aunque muchos
escritores poseían talento para dedicarse a esta labor artística, sus obras
fueron rechazadas en diversas ocasiones, porque supuestamente no reunían la
calidad literaria para ser publicadas por las casas editoriales.
No obstante, existieron
editores que, al leer los manuscritos, descubrieron un nuevo mundo en la
literatura.
De alguna
manera, los editores sabían que los textos no debían permanecer en la pila de
pendientes, sino en la imprenta y en las librerías.
Gracias a ellos,
las obras de grandes escritores pudieron ser aceptadas para después ser
publicadas y comercializadas en diferentes partes del mundo.
Por este motivo,
es necesario conocer y recordar los nombres de los editores que se atrevieron a
trabajar con los más grandes escritores:
Maxwell Perkins
Maxwell Perkins era
un economista que decidió dedicarse a la labor literaria, principalmente a la
revisión de manuscritos y edición de textos, en Scribner’s.
Perkins era
conocido por editar a autores viejos y con mayor reputación, como Henry James o
Edith Wharton.
Sin embargo, decidió
apostar por nuevas plumas. En Scribner’s habían rechazado un manuscrito de un
escritor novel que nadie le veía futuro. Este escritor era F. Scott Fitzgerald.
Cuando Perkins
leyó El egoísta romántico sabía que
era un buen libro, pero necesitaba trabajar el texto con el autor para que
fuera aceptado por la casa editorial.
Afortunadamente,
el escritor y el editor trabajaron de manera conjunta para publicar una de las
obras cumbres de Fitzgerald.
A través de
Scott, Perkins conoce a Ernest Hemingway y, con el tiempo, publican Fiesta (The sun also rises) y Adiós a
las armas (A Farewell to Arms),
este último libro se convirtió en un best-seller.
Por si no fuera
suficiente, Maxwell también descubrió y publicó a Thomas Wolfe (El ángel que nos mira).
Después de este
apoyo a escritores jóvenes, Maxwell se convirtió en uno de los editores más
respetados del mundo literario.
John Martin
John Martin era
gerente de un negocio se suministros de oficina y tenía una colección de D.
Lawrence. Sin embargo, su vida cambió cuando descubrió la literatura de Charles
Bukowski, un escritor underground que
pocos conocían y que, además, trabajaba en la oficina de correos.
Motivado por la
escritura de Bukowski, Martins buscó al escritor para comprarle cuatro poemas
por 30 dólares cada uno, con el objetivo de publicarlos bajo el sello Black
Sparrow.
Después de esto,
Martin vende su colección de Lawrence a la Universidad de California para fundar
una pequeña editorial llamada Black Sparrow Press.
Además con el
dinero que obtuvo al vender su colección, le propuso a Bukowski dedicarse a
escribir tiempo completo por cien dólares al mes; el escritor aceptó a pesar de
ganar el doble en la oficina de correos.
Martin al ver
que Bukowski escribía mucha poesía, le pidió que realizara una novela.
Sorprendentemente, Charles le entregó en tres semanas su primera novela Cartero (Post Office).
La obra Cartero se publicó en 1971 y se
convirtió en el primer gran éxito en ventas del autor y el editor.
Con el tiempo,
Black Sparrow Press se convirtió en una editorial prestigiosa que lanzaba al
mercado 650 títulos, que equivalían un millón de dólares en ventas.
Manuel Gleizer
Manuel Gleizer
comenzó vendiendo libros para salir de problemas económicos. Con el tiempo
fundó la librería La Cultura, en ese sitio realizaba tertulias y escuchaba a
los poetas y narradores leer sus obras.
Lo importante en
su librería era que Gleizer le daba voz a escritores de cualquier ideología. Después
decidió editar y publicar obras de distintos autores.
Lo más extraño
era que no leía los libros, sino los escuchaba en voz de sus autores.
Con el paso de
los años, Gleizer terminó editando y publicando una gran cantidad de autores
argentinos, entre ellos a Jorge Luis Borges.
En una ocasión confesó
que si hubiera leído a cada autor, mejor se hubiera dedicado a otra cosa. Sin
embargo, Manuel se convirtió en uno de los más grandes editores, distribuidores
y vendedores de literatura argentina.