Concha Urquiza (1910-1945) nació en Morelia, Michoacán. No conoció a su
padre, porque a los dos años, murió y, dicha situación, llevó a su familia a
radicar en la Ciudad de México. En esta inmensa urbe, Concha, de doce años de edad, comenzó a escribir poesía, publicando sus versos en diversas revistas literarias.
La escritora mexicana no sólo poseía talento y disciplina, sino también
conocía a los poetas disruptivos de Veracruz: los estridentistas. Ellos le
mostraron un camino distinto en la escritura de la poesía, que se basaba en
jugar con el lenguaje y usar las frases como un medio de denuncia y sátira
social.
A los 16 años participó y colaboró con la Revista de Revistas. En
esta publicación entrevistó a diversas personalidades del mundo literario, como
Mariano Azuela y Xavier Villaurrutia. Sin embargo, algunos años más tarde, su
talento la llevaría hasta Nueva York, lugar en donde militó con el partido
comunista.
Aunque esta preferencia política fue una decisión voluntaria, Concha
Urquiza decidió renunciar al partido por causas particulares, una de ellas se debe a su preferencia y devoción por religión católica, incluso se internó en el Convento de las Hijas del Espíritu
Santo.
A pesar de que, en su vida, la fe era muy importante, Concha Urquiza no toleró
la disciplina religiosa y decidió alejarse del Convento. Por este motivo, comenzó a dar
clases de lógica y filosofía en la Universidad de San Luis Potosí.
No obstante, su carácter no estaba repleto de clichés, porque ella
rechazaba los estereotipos de la intelectual obediente, que se dedicaba a la
investigación y enseñanza. Por el contrario, exploró los ambientes bohemios y
experimentó su fe en la vida privada sin necesidad de institucionalizarla.
Lamentablemente, Urquiza nunca pudo ver uno de sus libros publicados, porque
murió a los 35 años, ahogada mientras disfrutaba de las aguas de Baja
California. Tiempo después de su fallecimiento, se recopilaron algunos de sus
versos y los dieron a conocer en diferentes ámbitos académicos.
Por este motivo, compartimos 3 poemas de Concha Urquiza.
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Nostalgia de lo
presente
Suspiro
por las cosas presentísimas,
y no por las que están en lontananza:
por tu amor que me cerca,
tu vida que me abraza,
por la escondida esencia
que por todos mis átomos me embriaga.
Suspiro por el fuego que secreta-
mente consume mi alma,
por la sutil presencia
que el hondo abismo de mi ser alcanza,
sin que fuerza del cielo ni la tierra
pudiesen disiparla.
Nostalgia de lo más presente..., angustia
de no poder captar la luz cercana;
inmenso anhelo del abrazo mismo
que ya va taladrando las entrañas.
¡Oh miserable angustia de buscar lo presente
y morirse de sed mientras los labios
tocan la faz del agua!
Amor, la tierra dulce
ya me va pareciendo tan liviana,
que se desprende de los ojos mudos
desnuda de color y resonancia,
y no encuentra el sentido
línea donde posarse la mirada...
La tierra, amor, la tierra
se ha tornado hace mucho tan liviana,
que sola se desprende de los ojos
hacia un tedioso abismo en la distancia.
Ya los cambiantes lagos de mi pueblo,
las ágiles montañas,
los gloriosos crepúsculos ardientes,
la música olvidada,
el arrullo de aquellos senderillos,
no tienen resonancia,
ni hay dulce faz sobre la faz del mundo
que haga temblar el alma de mi alma.
Una sola presencia es la que anhelo,
y la poseo toda, enmimismada;
un solo amor, y es mío;
un abrazo, y en él estoy atada!
Y en el sentido frío
y el corazón de hielo, se dilata
un mundo desprovisto de sentido,
de luz, color y forma...; y en el alma,
otro desierto helado
donde estás tú..., bajo mi vida exhausta,
que sostienes y alientas,
que iluminas y abrazas,
y angustias con anhelos imposibles,
y que no te conoce... y que te ama!
Quiero decir que te amo
y no lo digo...
-Diligis
me plus his?...
Quiero decir que te amo y no lo digo
aunque bien siento el corazón llagado,
porque para mi mal tengo probado
que soy tibio amador y flaco amigo.
No amarte más es culpa y es castigo,
que de ansias de tu amor me has abrasado,
y con sólo dejarme en mi pecado
extremas tu rigor para conmigo.
Sólo quiero vivir para buscarte,
sólo temo morir antes de hallarte,
sólo siento vivir cuando te llamo;
y, aunque vivo ardiendo en vivo fuego,
como la entera voluntad te niego
no me atrevo a decirte que te amo.
Invitación al amor
(Ensayo de rima
interna)
Para
María del Rosario Oyarzun
Amigo, ten el paso presuroso;
mira este valle umbroso, esta pradera
donde la primavera se derrama
y su sagrada llama va agitando,
el cáliz desatando de las flores
que escondidos amores enardecen.
Mira cómo se mecen en el viento
con leve movimiento rama y nido.
Pon atento el oído al son del agua
donde el paisaje fragua un espejismo,
amándose a sí mismo en ser ajeno.
Gusta el soplo sereno de la brisa,
y la tierna sonrisa de este cielo,
y el misterioso anhelo de las cosas.
Las formas portentosas adivina
que la noche divina engendra y brota,
la música remota de los mundos
los acordes profundos y distantes
que en voces consonantes se responden
allí donde se esconden en el seno
del infinito lleno de fulgores;
los oscuros temblores de la tierra
que la simiente encierra y torna a vida,
y acaso, enardecida con la muerte,
del mismo cuerpo inerte y miserable
el fruto deleitable en sí concibe.
El aullido percibe de la fiera
que de su madriguera en noche oscura
llama con hambre dura su pareja.
Oye cómo se queja la floresta,
y en la selva repuesta y misteriosa
el ave rumorosa, a par de viento,
el grado amarillento al pico lleva
con que la flor renueva, e hinche el tallo.
Y aun los amores callo de que el hombre,
eternizando el nombre del proscrito,
pobló el tiempo infinito de su nada.
Basta que la mirada desenvuelvas
y el ámbito revuelvas de la tierra,
y cuanto el mar encierra, y a ti mismo
-si a tan profundo abismo el pie se atreve-,
luego los ojos mueve a aquella altura
do brilla la hermosura de los astros,
verás de Amor los rastros por doquiera:
Amor es ley primera, suave y fuerte,
ley que vence la muerte, y como ella,
desde la blanca estrella hasta el gusano,
nos lleva de la mano por el mundo.
En esta ley me fundo, caro amigo;
cuando en verdad te digo que no aciertas
en antes querer muertas tus lozanas,
tus briosas, tus galanas primaveras,
y tus flores primeras destruidas,
que no al amor rendidas dulcemente.
No sea que, cruelmente derrocado,
vengas por tierra echado como hiedra
que del muro de piedra no se abraza.
Y si el amor que pasa presuroso
arguyes de engañoso y deleznable,
por otro no mudable Amor lo deja,
donde no tiene queja el tiempo aleve,
ni el olvido se atreve a la mudanza,
y que, firme esperanza y llama fuerte
traspasa las fronteras de la muerte.