El oficio de
escritor es arduo y requiere mucha disciplina: pensar, redactar, borrar,
enojarse. Pareciera que hacer libros se asemeja a un cuadro clínico que revela
el padecimiento de una enfermedad, en lugar de describir el bello trabajo de un
artista.
Sin embargo,
estas son sólo palabras, mejor leamos los consejos que nos dan tres grandes
escritores:
William Faulkner (1897-1962)
En 1952, Jean
Stein entrevistó a William Faulkner y le hizo una pregunta bastante difícil de
responder:
¿Existe
alguna fórmula que sea posible seguir para ser un buen novelista?
El ganador
del Premio Nobel dio la mejor respuesta a su anfitrión:
Noventa y
nueve porciento de talento… Noventa y nueve porciento de disciplina… Noventa y
nueve porciento de trabajo. El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo
que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que
soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser
mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno
mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos
lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente
amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o
despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.
Roberto Arlt (1900-1942)
El 14 de octubre
de 1931, Roberto Arlt escribió un divertido y bien fundamentado artículo para
el diario El mundo, en donde ofrece diversas fórmulas para escribir una novela.
Sin entrar en
más detalles, leamos un fragmento del artículo “Cómo se escribe una novela
según Roberto Arlt”:
Mucha gente
tiene curiosidad de saber cómo se escribe una novela. Qué trabajos pasa el
autor. Entremos en materia. Hacer una novela, requiere más o menos el espacio
de un año y medio.
Cuando el
autor se pone a trabajar los personajes que intervienen en la acción están casi
modelados. Es decir, se han ido formando en un plazo más o menos largo, en su
imaginación. Hay autores que se trazan un plan estricto y no se apartan de él
ni por broma.
Ejemplo:
Flaubert. Otros nunca pueden establecer si su novela terminará en una
carnicería o en un casamiento. Ejemplo: Pirandello. Unos son tan ordenados que
fijan en su plan datos de esta categoría:
El personaje
estornudará en la página 92, renglón 7; y otros ignoran todo lo que harán. Es
lo que le pasó a Dostoievsky, cuya novela El crimen y el castigo fue en
principio un cuento para una revista. Insensiblemente el cuento se transformó
en una novela nutrida y espantosa.
El novelista
“pur sang” aborrece cordialmente el método (aunque lo acepte), los planes y
todo aquello que signifique sujeción a una determinada conducta.
Escribe de alguna manera lo que lleva adentro, bajo la forma de uno o de diez
personajes.
Para no
extraviarse totalmente, hace apuntes de las líneas importantes de la acción. El
material se acumula a medida que pasan los meses.
Problemas del
autor
En el
novelista instintivo, los personajes proporcionan sorpresas de seres vivientes.
Así por ejemplo: X en un momento dado insultó a N, contra todas las previsiones
del escritor.
El autor se
dice:
-Es absurdo
que X lo insulte a N. No tiene que insultarlo…Luego se olvida de este suceso y
un día, en un momento en que está más distraído, una voz misteriosa dice en su
interior, aclarándole la incógnita:
-X insultó a
N, recordando que N le había hecho una trastada en otra época. A mí me pasó un
caso curioso en Los Lanzallamas. Un personaje mata a otro. La escena estaba
trazada satisfactoriamente, el crimen descripto como era debido; pero yo no
estaba satisfecho. Allí había algo que no era claro para mí. Y de pronto, esa
voz que me refería antes, me dijo:
-¡Claro!
Fulano fue un bárbaro al matarlo a Mengano. Mengano en el instante que entró a
su cuarto se encontraba en estado sonambúlico.
Inmediatamente
se aclararon para mí un montón de enigmas. La mirada fija con que Mengano se
introducía descalzo en la habitación del que lo iba a matar.
Problemas así
se presentan a montones en el autor instintivo. En vez de autor, debía ser
denominada secretario de personajes invisibles. Hace lo que ellos le mandan.
Goma y tijera
Terminado el
grueso de la novela, es decir lo esencial, el autor que trabaja
desordenadamente, como lo hago yo, tiene que abocarse, con paciencia de
benedictino, a un caos mayúsculo de papeles, recortes, apuntes, llamadas en
lápiz rojo y azul.
Comienza la
tarea de tijera. Estos 20 renglones de la parte 3 están de más; el capítulo
número 5 es pobre en acción; el 2 carece de paisaje y es largo; el 6 está
recargado.
El paisaje,
que no tiene relación con el estado subjetivo del personaje, se confecciona al
último. A veces falta el final de una parte: el autor lo dejó para después,
porque no le dio importancia a ese final. Ahora, en el momento de apuro, se da
cuenta que ha hecho una burrada; que el final era importantísimo y tiene que
estudiarlo al galope y redactarlo vertiginosamente.
Sin embargo,
a pesar de todos los inconvenientes que el sistema enumerado ofrece, nunca un
autor trabaja mejor que entonces. Después de una semana de corregir durante
diez u ocho horas diarias, yo he perdido cinco kilos de peso, los nervios
vuelan. Parece en realidad que no está trabajando sobre la tierra, sino en la
cresta de una nube. Se mira a las mujeres con la misma indiferencia con que un
sonámbulo observa las fachadas de las casas.
Mario Vargas Llosa (1936)
El 25 de
septiembre de 2007, Mario Vargas Llosa dio una conferencia en la Fundación Juan
March.
La conferencia
tuvo como título “Escribir en una novela”. En ella se abordaron temas sobre los
diferentes estilos y métodos de los escritores.
Sin embargo, el
ganador del Premio Nobel compartió su experiencia, argumentando que para
escribir una novela se necesita elegir correctamente un tema:
Llevo
muchísimo tiempo escribiendo historias, lo hago desde mi adolescencia y, aunque
a ustedes les parezca mentira, ese proceso del que nace una historia, un
cuento, una novela, una obra de teatro, sigue siendo para mí profundamente
misterioso. Un proceso en el que tengo la impresión de que sólo controlo
enteramente una parte con mis conocimientos, con mi conciencia, con mi
voluntad, en tanto que en el resto de ese proceso intervienen elementos
espontáneos, irracionales, imprevisibles, que pasan por debajo o por encima de
mi conciencia y que siempre me están sorprendiendo. Creo que es obvio que en la
tarea creativa intervienen elementos que no pasan por la conciencia. Para mí,
estos elementos aparecen inevitablemente siempre en lo que llamaríamos «la
elección del tema» sobre el que escribo.
Es una
elección que en cierta forma no es una elección, porque la palabra «elección»
significa una decisión perfectamente clara, deliberada, consciente y la verdad
es que nunca he elegido un tema de esta manera. Los temas siempre se me han
impuesto y se me han impuesto a partir de ciertas experiencias vividas. Creo
que todas las historias que he escrito, desde que era adolescente hasta ahora,
han nacido a partir de algo que hice, que vi, que oí o que leí. Algo que, por
una razón que para mí es, generalmente, desconocida, queda almacenado en la memoria,
deja en la memoria unas imágenes que luego o inmediatamente después o, a veces,
mucho después, empiezan a generar en torno de ellas un fantaseo, como una
especulación, una serie de conjeturas que van poco a poco diseñando el embrión
de una historia.