Publicó más de 40 títulos durante su vida, mostrando que los géneros literarios
son simplemente una etiqueta académica, porque en sus ensayos se encuentra narrativa y, en sus cuentos, historias que los
gobiernos quisieron ocultar.
Con esto, mostró que la ficción era una buena aliada para decir la verdad
en tiempos donde Sudamérica sufría de dictaduras malvadas.
Por su trayectoria como periodista y escritor, recibió diversos premios
literarios de gran prestigio, como el American Book Award, de Estados Unidos;
el premio José María Arguedas, de Cuba; y la medalla de oro del Círculo de
Bellas Artes de Madrid.
Hoy recordamos a Eduardo Galeano con 4 reflexiones de El libro de los
abrazos:
La mala racha
Mientras dura la mala racha, pierdo solo. Se me caen las cosas de los
bolsillos y de la memoria: pierdo llaves, lapiceras, dinero, documentos,
nombres, caras, palabras. Yo no sé si será gualicho de alguien que me quiere
mal y me piensa peor, o pura casualidad, pero a veces el bajón demora en irse y
yo ando de pérdida en pérdida, pierdo lo que encuentro, no encuentro lo que
busco, y siento mucho miedo de que se me caiga la vida en alguna distracción.
El sistema/3
Quien no se hace el vivo, va muerto. Está obligado a ser jodedor o jodido,
mentidor o mentido. Tiempo del qué me importa, el qué le vas a hacer, el no te
metás, el sálvese quien pueda. Tiempo de los tramposos: la producción no rinde,
la creación no sirve, el trabajo no vale.
En el Río de la Plata, llamamos bobo al corazón. Y no porque se enamora: lo
llamamos bobo por lo mucho que trabaja.
Llorar
Fue en la selva, en la Amazonia ecuatoriana. Los indios shuar estaban
llorando a una abuela moribunda. Lloraban sentados, a la orilla de su agonía.
Un testigo, venido de otros mundos, preguntó:
-¿Por qué lloran delante de ella, si todavía está viva?
Y contestaron los que lloraban:
-Para que sepa que la queremos mucho.
Amares
Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una bolita de carne sabrosa y
salsosa, una sola bolita caliente que resplandecía y echaba jugosos aromas y
vapores mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena y por el espacio
infinito y rodando caía, suavemente caía, hasta que iba a parar al fondo de una
gran ensalada. Allí se quedaba, aquella bolita éramos ella y yo, y desde el
fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo. Nos asomábamos a duras penas a
través del tupido follaje de las lechugas, los ramajes del apio y el bosque de
perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que andaban navegando en lo más
lejos de la noche.