Debería haber criaturas más espirituales de lo que son los hombres, meramente para saborear enteramente a fondo el humor que reside en el hecho de que el hombre se considere el fin de todo el Universo y la humanidad sólo se dé seriamente por satisfecha con la perspectiva de una misión universal. Si un dios ha creado al mundo, creó al hombre como mono de Dios, como continuo motivo de recreo en sus demasiado largas eternidades. La armonía de las esferas entorno a la tierra sería entonces sin duda las carcajadas burlonas de todas las demás criaturas en torno al hombre. Con el dolor ese aburrido inmortal hace cosquillas a su animal favorito a fin de divertirse con los gestos e interpretaciones trágico-orgullosas de sus sufrimientos, en general con la inventiva espiritual de la más vanidosa de las criaturas, en cuanto inventor de este inventor. Pues quien diseñó al hombre por broma tenía más espíritu que éste, y también más gozo en el espíritu. Incluso aquí donde nuestra humanidad quiere humillarse voluntariamente, nos juega la humanidad una mala pasada, pues al menos en esta vanidad quisiéramos los hombres ser algo enteramente y prodigioso. ¡Nuestra unicidad en el mundo, ay, es una cosa absolutamente demasiado inverosímil!
Los astrónomos, quienes a veces participan realmente de un horizonte despegado de la tierra, dan a entender que la gota de vida en el mundo carece de significación para el carácter total del inmenso océano del devenir y perecer; que incontables astros tienen condiciones similares a las de la tierra para la producción de la vida, que son por consiguiente muy numerosos, por su puesto apenas un puñado en comparación con la infinita cantidad de los que nunca han tenido el brote vital o han sanado de él mucho; que la vida en cada un de estos astros, conforme a la duración de su existencia, ha sido un instante, una centella, con largos, largos lapsos temporales detrás , es decir, de ninguna manera la meta y el propósito último de su existencia. Tal vez la hormiga en el bosque se imagine con la misma intensidad ser la meta y el propósito de la existencia del bosque, como hacemos nosotros cuando casi involuntariamente asociamos en nuestra fantasía la destrucción de la humanidad con la destrucción de la tierra; y aún somos modestos si nos detenemos ahí y no organizamos un caos general del mundo y de los dioses. Ni aun el más cándido de los astrónomos puede apenas sentir la tierra sin vida de otro modo que como el túmulo luminoso y flotante de la humanidad.