Por: Karla Portela Ramírez
Hace décadas, aproximadamente con el cambio de milenio la edad de oro del capitalismo terminó, desde entonces y en cierto sentido lo que vivimos, sufrimos es su decadencia; hoy la sociedad occidental moderna agoniza. Probablemente tenga razón el historiador británico Toynbee cuando afirma que las civilizaciones no mueren, se suicidan, debido a que tanto su crecimiento como su declive consisten en un proceso espiritual. Visto así, la civilización occidental se ha condenado a sí misma por el individualismo liberal, principalmente porque ha atacado la estructura última de la sociedad, la familia, y por lo tanto a la demografía. Sin embargo, aún se vislumbra una nueva oportunidad para Europa, todavía es posible la instauración de una nueva fase orgánica de su civilización: el advenimiento de un régimen político musulmán, islámico, lo cual evidentemente implica un nuevo modelo de sociedad, una serie de transformaciones cuyo eje palpable es la mujer.
¿Por qué un régimen islámico? ¿Cómo será ese nuevo modelo de sociedad? Y sobre todo, ¿por qué es la mujer el centro de tales cambios? En cuanto a la primera interrogante, hay que rendirse a la evidencia: Europa occidental ha llegado a un grado de descomposición repugnante, ya no puede salvarse a sí misma, junto a esto las poblaciones inmigrantes que han llegado masivamente a ella están impregnadas de una cultura tradicional caracterizada por las jerarquías naturales, la sumisión de la mujer y el respeto a los ancianos, todo lo cual constituye una oportunidad histórica para el rearme moral y familiar de Europa. Ahora bien, algunas de esas poblaciones inmigrantes son cristianas, aunque generalmente son musulmanas y no consideran al catolicismo como enemigo debido a que es una religión del Libro, de manera que sólo habrá que convencerlos para que se conviertan al islam. Además, si bien las relaciones con los judíos han sido históricamente más difíciles que con los católicos, el verdadero enemigo de los musulmanes, lo que más temen y odian es el secularismo, el laicismo, el materialismo ateo. En otras palabras se propone un régimen islámico porque hacia allá conducen naturalmente las circunstancias demográficas de Europa actual.
A su vez y como parte del nuevo régimen político, cabe decir que la economía no será situada en el centro de todo, para los musulmanes lo esencial es la demografía y la educación; la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y que logra transmitir sus valores triunfa, quien controla a los niños controla el futuro. Aunado a ello debe reconocerse que cada vez más las familias, sean católicas, judías o musulmanas, desean que sus hijos reciban una educación que no se limite a la transmisión de conocimientos sino que integre una formación espiritual correspondiente a su tradición. Desde esta perspectiva se descubre una profunda tendencia hacia el retorno de lo religioso que ampliará el marco de la escuela republicana haciéndola capaz de coexistir armoniosamente con las grandes tradiciones espirituales. Y en esto no hay por qué alarmarse, nada hay verdaderamente nuevo en esta propuesta si se considera la historia humana previa a la separación oficial entre Estado e Iglesia.
En torno a cómo será ese nuevo modelo de sociedad, se trata de un proyecto con reformas a favor de la familia, célula base de la sociedad, se trata de devolver su justo lugar y toda su dignidad a la familia, lo cual implica la salida masiva de las mujeres del mercado de trabajo para que retornen al hogar, para que asuman de nuevo su papel al interior de la familia tradicional como pilares de la misma, siendo buenas esposas y madres, atentas a las necesidades de sus hombres y de sus hijos. Lo que se propone es una evolución de la estructura familiar que tendrá consecuencias demográficas benéficas para la sociedad con base en dos cambios radicales: del matrimonio por amor al matrimonio por conveniencia; y, del vínculo entre padres e hijos por amor al vínculo filial por transmisión de conocimiento y de patrimonio. Asimismo, además de abandonar el mundo laboral, las mujeres adoptarán la vestimenta femenina islámica con razón de las ventajas que reporta, por ejemplo no estando expuestos los hombres a estímulos carnales, lascivos –la visión constante de curvas y voluptuosidades femeninas– el ambiente general de la sociedad se apacigua, incluso reduce el índice de criminalidad.
Ciertamente dichas reformas atentan contra la libertad individual y el misterio del amor, aunque si observamos la vida actual de la mujer occidental encontraremos que dedica gran parte de su tiempo y dinero a un autocuidado que responde la mayor parte de las veces no a intereses genuinamente propios sino impuestos por los estereotipos, los estándares sobre lo que es bello y atractivo, deseable; igualmente en aras de libertad y autosuficiencia las mujeres suelen verse obligadas a desempeñar una doble jornada, dentro del ámbito doméstico-familiar como amas de casa, encargadas de toda la logística correspondiente, y fuera del mismo, en el ámbito laboral como profesionistas empleadas o como emprendedoras. Es entonces que cabe cuestionar con qué nivel de autonomía real vive la mujer contemporánea, qué diferencia habría si aceptara un matrimonio con un hombre rico en el que renunciara a su autonomía y viviera sin responsabilidad de sí, con la posibilidad de seguir siendo niña prácticamente toda su vida, un matrimonio en el que su vida se circunscribiera a jugar, juegos sexuales usando lencería sexy que complazca a su esposo y juegos infantiles usando la ropa adecuada al convertirse en madre. ¿Quién dudaría en renunciar a su autonomía cuando dicha renuncia se traduce en alivio, en olvido de responsabilidades y conflictos de orden profesional o intelectual, económico o material?
¿Por qué es la mujer el centro de estos cambios? Si la especie humana está en condiciones de evolucionar se debe a la maleabilidad intelectual de las mujeres, son muy fáciles de persuadir. Los hombres en cambio son rigurosamente ineducables, sin importar su educación, formación académica inevitablemente toman sus decisiones reproductivas sobre criterios puramente físicos, los cuales son inmutables. Las mujeres, aunque originalmente se sienten cautivadas por los atractivos físicos, con una educación apropiada se les convence de que lo esencial no está ahí y así comienzan a considerar otros atributos como la posesión de riqueza material, que al fin y al cabo es resultado de una inteligencia y una astucia por encima de la media. De igual modo es posible disuadir a las mujeres para que acepten la poligamia masculina, para que vivan en un matrimonio integrado por un hombre y varias mujeres, esto porque de acuerdo con los designios del Creador sólo algunos individuos están llamados a transmitir su esperma y a engendrar la generación futura; se trata de una selección natural que en el caso de los mamíferos, tomando en cuenta el tiempo de gestación de las hembras comparado con la capacidad de reproducción casi ilimitada de los machos, claramente se ve que la presión selectiva recae principalmente sobre los machos. Por lo tanto, para cumplir el destino de la especie, su reproducción y permanencia en la Tierra, alcanzando su máxima belleza, vitalidad y fuerza, a unos machos se les concederá el goce de varias hembras, mientras que otros forzosamente se verán privados de ello.
Sin duda las anteriores afirmaciones causarán en algunos estupor seguido de molestia, incluso cólera, ¿cómo lo ha recibido François? ¿En voz de quién se le presentan todos esos argumentos? Antes de responder habrá que contextualizar, situar el entorno de nuestro personaje protagónico: François es un ciudadano francés con más de cuarenta años de edad, doctor en literatura especializado en la obra de Joris-Karl Huysmans, profesor en la Universidad de París III-Soborna que actualmente atraviesa una crisis existencial que le mueve a reflexionar, analizar minuciosamente su vida, su existencia en lo que podría considerarse cuatro rubros o dimensiones, existencia intelectual, profesional; administrativa; corporal; y, existencia social. De una u otra forma, quizá con poco brillo aunque suficiente para conseguir una plaza de profesor, François ha resuelto su existencia intelectual, profesional; con relación a su vida administrativa, basta que mantenga una comunicación fluida y sana con sus dos interlocutores esenciales, hacienda y seguridad social; en realidad, son su vida corporal y social las que representan el fardo de su existencia individual, el lío grande que parece nunca se resolverá porque las pasiones carnales, el impulso hacia el placer sexual no cesa, es constante y obliga a desarrollar una vida social.
Curiosamente cuando nuestro profesor era estudiante la socialización parecía fluir por sí misma, en cambio, ahora que tiene una vida profesional, como académico se siente invadido por una gran soledad. En cierto sentido su vida amorosa no ha seguido del todo el esquema, el modelo amoroso imperante: después de un periodo de vagabundeo sexual –en la preadolescencia– comprometerse con relaciones amorosas exclusivas, monógamas, que incluyen además de actividades sexuales, sociales como salidas, fines de semana, vacaciones, etc. Sin embargo tales relaciones no son definitivas, antes bien constituyen un periodo de aprendizaje, de prácticas variables en cantidad como en duración, que culmina con una relación última, de carácter conyugal, definitivo y que conduce a la procreación, a la formación de una familia. No es el caso de François, a pesar de su edad, se supondría que ya tendría que estar gozando de esa relación última conyugal y definitiva, sigue solo, brincando de una relación a otra que por lo general duran un ciclo escolar, que terminan cuando la estudiante en turno dice haber conocido a alguien más.
En el momento en que conocemos a François ha perdido a Myriam e intenta suplir la satisfacción de las pasiones carnales con el consumo de alimentos refinados, de gusto exquisito, comida y bebida gourmet en lugar de escotes y minifaldas. No obstante la insatisfacción, el desasosiego continúan y atisba como opción renunciar completamente al placer, vivir en un monasterio, seguir los pasos de quien le ha acompañado todos estos años, Huysmans, quien movido por un profundo disgusto hacia la vida moderna acompañado de una actitud pesimista decidió llevar a cabo un retiro espiritual como oblato en el monasterio benedictino de Ligugé, en Francia. Sí, el monasterio parece ser un lugar en que se eluden la mayoría de los problemas, desde los más triviales como el internet averiado, una mujer de limpieza deshonesta, errores en la declaración de la renta, hasta los más importantes, es decir, lo referente a la existencia corporal y a la existencia social. Dicho de otro modo, la opción de vivir en un monasterio ahora que ha firmado su jubilación, se muestra ante François como descarga del fardo de la existencia individual. Es verdad que tal vez esto implique la disolución de su vida individual, pero al fin y al cabo la individualidad, la cuestión del juicio individual hasta antes del Renacimiento casi no se planteaba.
De manera que cuando nuestro protagonista se informa sobre la situación que vive Francia a través de Alain, agente secreto de la DGSI, instancia dependiente del Ministerio de Interior, a quien conoce porque es marido de una colega suya en la universidad, cuando en voz del nuevo rector de la Soborna, Robert Redinger, musulmán converso, escucha detallada y sólidamente expuesto en qué consiste el proyecto político de Mohammed Ben Abbes, cuando profundiza en la doctrinas del islam al leer Diez preguntas sobre el islam, autoría de Redinger, y especialmente cuando atestigua el caso de colegas varones que se han convertido al islam por el aumento de salario y la posibilidad de casarse con las alumnas, François comienza a considerar con seriedad la posibilidad de retomar su plaza como profesor dentro del nuevo régimen. Tomando como principal aliciente la posibilidad de contacto con alumnas, más aún la intervención de casamenteras para conseguirle esposas –con base en su ingreso económico él tendría derecho al menos a tres–, pensando que de esta forma podrían resolverse magníficamente su existencia corporal y social, François comenzará a ver en el régimen islámico propuesto, en el nuevo modelo de sociedad correspondiente no únicamente una nueva oportunidad para Europa, sino para él mismo, la oportunidad de una segunda vida sin mucha relación con la precedente. ¿Qué decidirá François, alejarse de los otros retirándose al monasterio o lo contrario, aproximarse a la humanidad ocupado un lugar dentro de la vida académica sometida al nuevo régimen? ¿Qué decidirá François, ejercer su libre albedrío o entregarse ante la sumisión?
Sumisión es una novela de política ficción que se desenvuelve en Francia, en el año 2022, año electoral en que los ciudadanos franceses tendrán que decidir, elegir un nuevo presidente entre los candidatos del Frente Nacional, del Partido Socialista y el de la Hermandad Musulmana, Mohammed Ben Abbes, figura central del nuevo régimen islámico propuesto, sumo ejemplo de un buen uso de la publicidad y la mercadotecnia más una visión histórica y diplomática, cuya gran referencia es el Imperio Romano y su modelo último, el Emperador Augusto, todo lo cual se refleja en su pretensión por hacer realidad la milenaria ambición de una Europa ampliada, que incluya los países africanos del perímetro mediterráneo. Indudablemente se trata de una situación ficticia aunque polémica, en principio porque su estreno en las librerías francesas coincidió con un atentado terrorista a la revista satírica Charlie Hebdo, el día 7 de enero de 2015 cuando dos hombres enmascarados dispararon fusiles de asalto en la redacción de dicha revista al grito de “Alá es el más grande”, muy probablemente como respuesta a previas publicaciones de Mahoma caricaturizado. Coincidentemente también, en el número publicado antes del atentado la revista dedicaba su portada a Houellebecq, quien fue acusado de islamofobia y de alentar a la extrema derecha.
Independientemente de tales coincidencias Sumisión es una obra que se presta a polemizar porque distingue entre un humanismo laico y otro religioso, optando por el segundo de ellos y en rechazo del ateísmo, porque se opone a los derechos humanos, particularmente a los derechos de las mujeres cuando propugna por el retorno del patriarcado y la sumisión de la mujer, todo en nombre del islam, porque frente al declive y mutación de la sociedad occidental moderna argumenta a favor de la conquista del hombre mediante la satisfacción de sus intereses sexuales, a la vez que se aventura a sostener que en la ausencia de libertad y responsabilidad de sí, en la sumisión reside la felicidad genuina. Bajo cierta lectura, quizá demasiado literal y sin atisbar la posibilidad de que este libro sólo sea una gran broma que nos juega su autor, una manifestación de su carácter provocador, olvidando que la literatura es un ante todo un espacio para la libre expresión, se podría acusar a Houellebecq de apostar por la involución de Europa que consistiría en el retorno a una sociedad tradicional en que Estado e Iglesia están unidos, en que la libertad individual y sus ideales básicos han sido anulados.
En la mirada de quien aquí escribe, más allá del juego y la broma que son uno de nuestros mejores recursos para sobrevivir en escenarios adversos, como lo es la situación crítica que vive la humanidad actual, Sumisión toca y aborda un tema sensible: la fe. Sin ser moralizante y con apertura, en el personaje de François se muestra una crisis existencial personal cuyo núcleo es el sinsentido, la falta de un motivo suficiente para vivir, igual que la carencia de una razón válida para morir. Frente a dicha crisis la primera solución que viene a su mente le parece exótica, piensa en la posibilidad de vivir con una mujer, porque al fin y al cabo “una pareja es un mundo, un mundo autónomo y cerrado que se desplaza dentro de un mundo más vasto, sin verse realmente afectado”; descartada esta primera alternativa con base en sus experiencias en el área, piensa en una solución aún más exótica, la divinidad, el camino que tomó el autor a quien ha dedicado su vida intelectual.
En el fondo la crisis existencial referida trasciende los límites de la individualidad y se manifiesta en la colectividad, la interrogante que recorre esta obra de Houellebecq es la fe de la humanidad. Así, a través de sus páginas se presentan argumentos a favor de la misma, por ejemplo, aún las mentes más extraordinarias capaces de inusitados esfuerzos intelectuales como lo fueron Isaac Newton y Albert Einstein reconocen que el mundo no puede estar hecho al azar, que el universo lleva a todas luces la señal de un diseño inteligente, que evidentemente el universo es la realización de un proyecto preconcebido por una inteligencia gigantesca. De manera que el retorno a lo religioso, a la fe podría revivir la espiritualidad en el ser humano, quien al dejarse transportar por la fe elemental se encaminaría hacia la cumbre de la felicidad humana: la sumisión absoluta del ser humano a Dios, la alabanza al creador y la incondicional obediencia a sus leyes. Además, afirma el personaje de Redinger, sólo una religión puede crear una relación total entre los individuos, únicamente a partir de un punto único llamado Dios, al que esté unido el conjunto de individuos será posible la unión entre todos y cada uno de ellos a través de ese intermediario. Ésta es realmente una causa de polémica, afirmar que la unión entre los individuos es posible sólo mediante un agente que posiblemente sea imaginario, del que nada se puede afirmar categóricamente.
Sumisión
Michel Houellebecq
Ed. Anagrama
Fecha de publicación, 2015
4ta. reimpresión mexicana 2020