Alejandra Pizarnik nació en 1936, en el seno de una familia judía que decidió salir de Rusia a causa de los conflictos sociales y políticos que comenzaban en gran parte de Europa.
Sus padres, Elías Pozharnik y Rezla Bromiker se dedicaban al comercio de la joyería, por lo que instalarse en una casa en Argentina no tuvo tantos inconvenientes. Sin embargo, al llegar a Sudamérica, se registró a la familia con el apellido Pizarnik. Desde ese momento, sabían que su vida cambiaría en todos los sentidos, particularmente para la pequeña Flora Alejandra Pizarnik, quien tartamudeaba, padecía de asma y las espinillas aparecieron en su piel desde muy temprana edad.
Esto le ocasionaría problemas de autoestima que empeorarían con el tiempo, porque sus padres compararían a Alejandra con su hermana mayor Myriam, quien, según su familia, era rubia, sana y normal.
Para Pizarnik, el amor por las letras comienza desde que asistió a la Zalman Reizien Schule, un colegio hebreo en donde aprendió a leer y escribir en ídish, y en donde también le enseñaron la historia del pueblo judío.
Además, en su juventud asistió a clases de Literatura Moderna, impartidas por Juan Jacobo Bajarlía, en la Facultad de Filosofía y Letras, en Buenos Aires. En esa época descubrió a escritores surrealistas, como André Breton y Tristán Tzara. Las letras de estos autores la sorprendieron muchísimo por la libertad del uso del lenguaje y su despreocupación por una escritura metódica que Pizarnik conocía de otros poetas, narradores o ensayistas, como Rubén Darío, Marcel Proust o Jean Paul Sartre.
Debido a la buena relación que Alejandra tenía con su profesor Bajarlía, le mostró sus poemas que, tiempo después, formarían parte de su primer libro titulado La tierra más ajena, que publicó cuando ella apenas tenía 19 años.
Su talento como poeta la convertía en una persona inquieta, por lo que asistir a clases y aprobar asignaturas eran actividades que Alejandra consideraba sistemáticas.
Sus verdaderos intereses se encontraban en leer a los grandes de la literatura, como: Arthur Rimbaud, el conde de Lautrémont, Antonin Artaud y James Joyce.
Con el tiempo, Alejandra decidió viajar a Francia y estudiar literatura en la Sorbona de París.
En Europa trabajó en diversos diarios y revistas, creando poemas y traduciendo las obras de Artaud y Cesairé. También formó parte del comité de colaboradores extranjeros de Les Lettres Nouvelles y de otras revistas europeas y latinoamericanas. Durante su estancia en París comenzó su amistad con Julio Cortázar, con quien tendría un gran apego hasta el día de su muerte.
Luego de disfrutar la vida parisina, Pizarnik regresó a Argentina y publicó algunas de sus obras más destacadas, como Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de la locura (1968).
Su obra poética puede catalogarse dentro de la corriente neosurrealista, porque manifiesta un espíritu de rebeldía que termina con el autoaniquilamiento. En esa tensión se mueven sus poemas que deliberadamente son carentes de énfasis y muchas veces ausentes de forma, como anotaciones alusivas y herméticas de un diario personal que revela su irremediable soledad, incomprensión y la constante depresión que padecía.
Sin duda, su poesía, siempre intensa, a veces lúdica y a veces visionaria, se caracterizó por la libertad y la autonomía creativa.
Los últimos años de la poeta estuvieron marcados por severas crisis depresivas que la llevaron a intentar suicidarse en varias ocasiones. Pasó sus últimos meses internada en un centro psiquiátrico. Sin embargo, el 25 de septiembre de 1972, decidió terminar con su vida al ingerir una gran cantidad de barbitúricos, causándole una sobredosis que la llevaron a la muerte a la edad de 36 años.