Dolores Castro: la poesía salva a la vida | MÁS LITERATURA

 


Dolores Castro Varela es una reconocida poeta, ensayista, narradora y crítica literaria. Nació en Aguascalientes el 12 de abril de 1923. Aunque cursó la licenciatura en derecho, su pasión por las letras y por la investigación literaria, la llevaron a un camino más lejano y repleto de éxitos.

En una entrevista que Raúl Olvera Mijares le hizo a Dolores Castro, la poeta confiesa que su labor de escritura comienza en 1947. Desde ese entonces, busca que la poesía se relacione, de manera directa, con el canto, pues este género literario nació junto con la música. Dos artes que buscan exaltar la emoción y el sentimiento de una época particular:

Empecé a escribir en 1947, en esa época ya estaba el cambio de la poesía tradicional (con métrica, con rima). A partir de ese año, muchos comenzamos a escribir considerando que la poesía nació como canto, jugando canta uno, dándose emociones. Uno de los elementos de la poesía es la emoción, pero, en la poesía, las palabras cantan, aunque no sean canciones como las tradicionales. Cada época tiene su manera de cantar.

Por otra parte, en la segunda mitad del siglo XX, la poeta publicó sus libros más representativos, como Dos Nocturnos (1952), Siete poemas(1952), La tierra está sonando (1959) y, de igual manera, publicó su novela La ciudad y el viento (1962).

En muchos de sus poemas se encuentra un profundo amor hacia la vida, hacia el ser humano y hacia la naturaleza. Esto permite al lector disfrutar de una lectura aparentemente sencilla. Sin embargo, la profundidad de reflexión que existen en sus versos, muestra al humano como un ser consciente y responsable de sus emociones, separándolo de la idea quimérica de que sólo es un animal que posee raciocinio.

No he dejado de amar la vida. Tengo noventa y dos años. Creo que en cuanto toda la gente tuviera esta convicción de que la vida es un milagro, que la vida es algo que vale la pena conservar, no solamente en uno sino en los demás, y que todo lo que existe: piedras, calles, troncos, árboles, luego animales y ser humano, que, al principio, lo clasificaban como animal racional, pero también debe ser un animal racional y sensible. ¡En cuanto le añaden lo sensible, le pueden quitar lo animal!.

Con esto, Dolores Castro nos muestra que la poesía nos revela quiénes somos, por qué estamos en este mundo y por qué vivimos en comunidad. Por este motivo, en pleno abril, celebramos el cumpleaños número 98 de la gran poeta Dolores Castro Valera. Y, como cereza del pastel, compartimos un fragmento de “Siete poemas”, un poema que reflexiona sobre las diversas complicaciones del humano ante la vida.

Siete poemas


1

Salgo de aquel espacio
grávido de sonido, de luz y de sentido,
pero nada recuerdo:
era en la antigua noche de los siglos.
Algo traigo en la piel
-que no pudo lavarme toda el agua
cuando cayó en el barro de mi cuerpo-
y apagará mi sangre lentamente.
Pasarán los ríos,
callarán algún día para siempre.
Nuevos caminos abrirán nuevos caminos,
y todas nuestras vidas,
unidas en un solo luminoso haz,
irán por el camino de único sentido.
Ahí recordaré la exacta fórmula de mi estructura
y sabré de las arcas donde vibran los eternos sonidos
de la muerte, que ya nunca perseguirá mis noches.
De la vida, hilo temporal de mis recuerdos.
Cerraré los ojos y aún correré por las suaves praderas,
me cercarán a veces olores de manzana.
En medio de la paz de este silencio,
contrastarán más bellas las luchas que ahora palpo.


2

Amo, vida, la fuerza cotidiana
en tu raigambre, fruto de ceniza,
y la sed desprendida de la lucha
que has vencido,
al vibrar como fuego en un instante.
Te amaré como agujas de mis huesos
cuando rompan
esta dulce prisión de fuego y carne
y te amaré en la mano que retuvo
la ceniza caliente de otra sangre,
y en lo que fue constante afirmación
de nuestra estancia.
Amo la estancia que será ceniza
pero ocupó su ritmo en el espacio
y acarició la tierra con su paso.
Amo el paso en la tierra:
vértigo que amanece en cada nueva
sensación de tu presencia.
Con los ojos abiertos a tus ansias,
con las venas abiertas a tu savia
que resbale en la hiedra derretida,
te cantaré en el polvo
desde el olvido de mi antigua forma:
en la última fibra de los tallos
en la altura de un árbol, construida
por dolorosa herida de sus vetas.


3

Volverá el polvo al polvo,
caerán desmenuzados los cabellos
como último baluarte de mi cuerpo.
Te esperaré a la orilla,
en los maderos rotos de mi cuerpo.
Al tomarte la mano, pobre muerte,
tan antigua, tan niña,
palpitará en tu sangre
la madura inquietud de cada día.
Romperás secos lazos
recostada en la hierba de tu sueño,
te embriagarás en angustioso canto
de la noche primera.
Te llegará en latidos de mis ansias,
la frescura del agua tan lejana
la voz, y el sonido
de la vida que evita tu llamada.
Y morirás de amor,
del mismo amor que apagará la hierba.
Y morirás de viento y de tristeza,
cuando fría mi sangre
no transmita a tu cuerpo,
el calor que robamos a la fragua.
Y cuando de nosotros
no quede ya en la tierra
más huella que la ardiente de tu estancia,
volveremos al polvo
que al cubrir este canto
lo perderá en la noche de su huella.

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