Gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, centros comerciales, laboratorios genéticos, farmacéuticas, y todos estos elementos en su conjunto, son indispensables dentro de una sociedad de rendimiento.
Para Byung Chul Han, la sociedad del siglo XXI ya no puede considerarse como disciplinaria, sino como una sociedad de rendimiento.
Es decir, los individuos ya no obedecen a un sistema de producción específico en el que el otro les indica ciertas leyes, mandatos y prohibiciones, pues en la sociedad disciplinaria los individuos debían obedecer un orden social, jurídico y moral dentro del sistema de producción, y si alguien no encajaba dentro de ese sistema, ya sea por condiciones de salud mental o por situaciones que los llevaban a cometer actos que se consideraban ilegales, estas personas, en ocasiones, podían considerarse como no aptas, criminales o locas.
De ahí, según Byung Chul Han y Michel Foucault, se crean dos instituciones altamente punitivas: los hospitales psiquiátricos y las cárceles.
Sin embargo, Han considera que los individuos ya han pasado por la fase disciplinaria porque conocen la técnica. Entendiendo el concepto técnica como los conocimientos básicos que permiten el desarrollo de la producción social, económica y moral.
Por tal motivo, en la sociedad de rendimiento no necesariamente se busca educar o adoctrinar a las personas para que aprendan y mejoren los modos y modelos de producción, porque este aprendizaje ya lo han adquirido de alguna forma.
En este sentido, lo que importa en la sociedad de rendimiento es incrementar las productividad a toda costa, incluso sin importar que los individuos se autoinflijan una violencia neuronal, que les puede generar depresión o trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH).
De ahí la famosa frase de Byung Chul Han: “La sociedad disciplinaria genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.
Esto se debe a que el individuo se autoexplota, porque juega un papel en el que él mismo es el amo y el esclavo. De esta manera, se exige a sí mismo para obtener un supuesto éxito que, en términos generales, es ambiguo.
Sin embargo, los individuos no se dan cuenta que se autoexplotan, porque para ellos es importante e indispensable tener proyectos, motivaciones e iniciativas que los lleven a intentar lograr fines particulares en su vida.
Por eso, en la sociedad de rendimiento la figura del emprendedor cobra una fuerza gigantesca, porque, como menciona Byung Chul Han, este individuo cree que es libre laboralmente, porque no existe un otro que lo presione para que realice sus actividades, sino que él mismo se exige y se autoexplota, porque cree que es dueño y soberano de sí mismo. Sin embargo, no es así, el sujeto de rendimiento no ha suprimido la figura de orden y mando, sino que la ha adquirido. De esta manera, dicho sujeto se convierte en su propio verdugo y víctima, porque “el explotador es al mismo tiempo el explotado”.
Este nivel de superproducción, superrendimiento, superexigencia y supercomunicación, a lo que Han denomina como exceso de positividad, no sólo genera un alto nivel de responsabilidad e iniciativa, sino también un imperativo continuo del rendimiento, en el que las personas se autoimponen mandatos laborales sin importar que su cuerpo y mente se encuentren cansados, o incluso lleguen al burnout por la presión del rendimiento.
Por estas razones, el filósofo surcoreano indica que la sociedad del siglo XXI, se encuentra cansada, pues el humano debe estar en una constante actividad de producción. Los individuos trabajan todo el tiempo: van al gimnasio, hacen ejercicio; aprenden más de un idioma; cursan posgrados; quienes laboran en oficina, trabajan más del tiempo necesario, incluso se llevan trabajo a sus hogares y se mantienen hiperconectados a través de los nuevos medios de comunicación, ya sea Facebook, Whatsapp, Telegram, correo electrónico, o cualquier otro medio digital.
Para Han, el humano se ha convertido en una herramienta multitasking o una máquina de rendimiento que se encuentra en constante movimiento, asemejándose a un neumático que avanza por una carretera recta, donde no existe el descanso ni la oportunidad de detenerse para contemplar el paisaje ni para fijar la mirada y poner una atención profunda a las cosas que nos rodean. Para Byung Chul Han, la vida de los sujetos tardomodernos se encuentra en una constante agitación que no genera nada nuevo, sólo reproduce y acelera lo ya existente.
A la sociedad del cansancio se le ha suprimido su derecho a disfrutar su ocio y su aburrimiento. Dos actividades que son consideradas como no productivas. Y, sin embargo, para el pensador surcoreno, son dos actividades indispensables en la humanidad, porque permiten detener el neumático para contemplar el panorama y poner una atención profunda a las cosas que nos rodean. Es decir, estas actividades nos permiten pensar, dudar y crear.
En un mundo en donde lo importante es reproducir lo existente sin consciencia de lo que realizamos, no hay cabida para el arte, porque se cree que es algo inútil e inservible debido a que, en ocasiones, no genera dinero ni bienes ni cualquier otro tipo de activo.
Sin embargo, el arte no puede considerarse como un elemento que no aporta nada a la sociedad. De hecho, para Byung Chul Han, la actividad de pensar y crear es la contraparte de la potencia positiva, que sólo le importa trabajar sin parar. Eso no significa que el arte sea una impotencia, entendiendo este término como la incapacidad de hacer algo.
El arte, para Han, es la potencia negativa. Es decir, el arte, paradójicamente, es una actividad que se rebela ante los estándares de superproducción, pues permite contemplar un panorama, poner atención profunda hacia una realidad, reflexionar, pensar y, en última instancia, crear, que no es lo mismo que reproducir lo que ya está hecho.
El arte otorga poder a las personas para decir NO a la responsabilidad de ejercer las actividades extremadamente positivas que conllevan la superproducción, y con este ejercicio se busca alcanzar un punto de soberanía e independencia personal para liberarse de la presión de SER un sujeto de rendimiento.
Así, el arte nos salva del autosometimiento y la autoexplotación cotidiana, porque nos permite ser nosotros y observar que los “Otros”, los demás, los ciudadanos, la familia, los animales, la naturaleza, nos rodean y forman parte de un todo que hemos olvidado por la avaricia de alcanzar un supuesto éxito, que en realidad es ambiguo y que detrás de esa máscara, existe una autoexplotación que nos cansa y no nos permite pensar ni observar un panorama más amplio.