Un amor fortuito: Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro | MÁS LITERATURA





Elena Garro es mejor conocida por ser la esposa del ganador del premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, y no por su gran producción literaria, la cual está presente en cuentos, novelas, poemas y obras de teatro. Durante su matrimonio, su vida estuvo confinada al ámbito privado: al cuidado del hogar y de su hija Elena Paz Garro. Así como a seguir a Octavio Paz en sus reconocimientos literarios y su labor diplomática. Mientras Garro vivía con Paz en Paris, conoció en 1949 al escritor argentino de ciencia ficción, Adolfo Bioy Casares, quien viajaría junto con su esposa, la también escritora, Silvina Ocampo. Es precisamente en el hotel George V donde Garro y Casares tienen su primer encuentro. Ella con 29 años y él con 35. Instantáneamente, Casares queda perplejo ante Garro, y durante 1949 a 1969 el escritor de La invención de Morel y la autora de Los recuerdos del Porvenir, mantuvieron correspondencia a través de cartas que relatan su amor, su labor literaria y la situación marital que cada uno padece en sus respectivos matrimonios.

Las cartas que se escribieron durante años es un pasaje poco conocido de estos dos escritores. Pero destacan la gran admiración que el uno sentía por el otro.

Para Pascal Beltrán “la naturaleza precisa de la relación entre Casares y Garro, salió a la luz en septiembre pasado, cuando la Universidad de Princeton abrió al público el archivo de Garro, adquirido unos meses antes. Se trata de cinco cajas de documentos, en las que hay manuscritos originales y una abundante correspondencia, entre otros papeles. Aparte de las noventa y una cartas, trece telegramas y tres tarjetas postales que Garro recibió de Bioy, el archivo incluye correspondencia de una infinidad de personajes renombrados: José Bianco, Julio Bracho, Luis Buñuel, Emilio Carballido, Régis Debray, José María Fernández Unsain, Adolfo López Mateos, Carlos A. Madrazo, François Mauriac, Victoria Ocampo, Javier Rojo Gómez, Bernardo Sepúlveda Amor, Guillermo Soberón Acevedo, entre otros.”

“Largas son la mayoría de las cartas que el cuentista y novelista argentino escribió a Elena Garro. De renglones apretados, con letra a veces ininteligible, hinchadas de nostalgia, adulación obsesiva, angustia, autodenigración y desesperanza”.

Algunas cartas tratan sobre la labor de traducción que hacia Elena Garro a las obras de Casares, como La invención de Morel, otras tantas mencionan los viajes que hacía Casares, o de la vida que llevaba Garro al lado de Octavio Paz. Pero la mayoría están escritas sobre el amor y cariño que se profesaban.

"Estoy conmovido con el trabajo que te tomas con La invención de Morel. Leído en francés, me hace creer que es un buen libro, en cambio tú, al ir paso a paso con la traducción, descubrirás todas mis limitaciones".

"Mi querida: Tuve que hacer un viajecito a Montevideo. Éste fue muy rápido: tres días en total. A mi vuelta me encontré con tus cartas del 26 y 27 de octubre: las más cariñosas que me has mandado desde hace tiempo. Tal vez te di lástima con mi tristeza. Si me hubieras visto en estos tres días del viaje te hubieras apiadado aún más o, basta de tonterías, me hubieras dado el olivo, como decimos aquí (me hubieras abandonado). No te puedo decir qué desolado me parecía todo: viajar en avión, llegar a un cuarto (color pardo) del Nogaró, almorzar y comer, conversar con los maîtres, los mozos, las consignas de siempre. «¿Para qué estoy haciendo esto?», me decía".

"Perdóname que esté escribiéndote de nuevo -redactó, el 8 de septiembre de ese año-, quisiera darte un respiro, pero tengo tanta necesidad de ti que si no toleras estos monólogos voy a morir de angustia".

Cuatro días después, envió otra carta:

"Helena adorada: No te asustes de que te quiera tanto. Tú me dijiste que lloraría por ti. Solamente te equivocaste, en una carta, en la que me reprochabas mis lágrimas fáciles. Tal vez si pudiera dar un buen llanto mejoraría-pero no, eso me está negado. Debo seguir con esta pena y con los ojos secos."

"Mi querida -escribió Bioy-, aquí estoy recorriendo desorientado las tristes galerías del barco y no volví a Víctor Hugo. Sin embargo, te quiero más que a nadie... Desconsolado canto, fuera de tono, Juan Charrasqueado (pensando que no merezco esa letra, que no soy buen gallo, ni siquiera parrandero y jugador) y visito de vez en vez tu fotografía y tu firma en el pasaporte. Extraño las tardes de Víctor Hugo, el té de las seis y con adoración a Helena. Has poblado tanto mi vida en estos tiempos que si cierro los ojos y no pienso en nada, aparecen tu imagen y tu voz. Ayer, cuando me dormía, así te vi y te oí de pronto: desperté sobresaltado y quedé muy acongojado, pensando en ti con mucha ternura y también en mí y en cómo vamos perdiendo todo”.

"Te digo esto y en seguida me asusto: en los últimos días estuviste no solamente muy tierna conmigo sino también benévola e indulgente, pero no debo irritarte con melancolía; de todos modos cuando abra el sobre de tu carta (espero, por favor que me escribas) temblaré un poco. Ojalá que no me escribas diciéndome que todo se acabó y que es inútil seguir la correspondencia... Tú sabes que hay muchas cosas que no hicimos y que nos gustaría hacer juntos. Además, recuerda lo bien que nos entendemos cuando estamos juntos... recuerda cómo nos hemos divertido, cómo nos queremos. Y si a veces me pongo un poco sentimental, no te enojes demasiado...

"Me gustaría ser más inteligente o más certero, escribirte cartas maravillosas. Debo resignarme a conjugar el verbo amar, a repetir por milésima vez que nunca quise a nadie como te quiero a ti, que te admiro, que te respeto, que me gustas, que me diviertes, que me emocionas, que te adoro. Que el mundo sin ti, que ahora me toca, me deprime y que sería muy desdichado de no encontrarnos en el futuro. Te beso, mi amor, te pido perdón por mis necedades".

El 17 de octubre de 1951, desde Montevideo, Casares se hacía presente de nuevo a través de estas palabras: "Mi querida: Discúlpame que te haga leer las noticias de siempre: que te extraño, que estoy desolado...

"¿Pasarán años sin que nos veamos?

"Tú tienes a la Chatita [la hija de Elena Garro], a Octavio, a tus padres, a Deva, a Estrellita. Para mí, Helena es la persona que más quiero en el mundo, el centro de mi vida. Ves, no me corrijo..."

Beltrán afirma: “A juzgar por el contenido de la correspondencia, Adolfo Bioy Casares pudo haber tenido peso en la decisión de Elena Garro de dedicarse a la literatura”.

"Debes escribir -recomendó Bioy, en una de las primeras cartas que le envió, fechada en Buenos Aires, el 25 de julio de 1949-. Que los escritores te hayamos aburrido es una fortuita circunstancia de tu biografía y sólo tiene importancia para ti; que escribas tiene importancia para todos. En esta correspondencia entre nosotros se ve de qué lado está el escritor; lo es de éste. ¿Ves Helena? Pongo el énfasis en este consejo de señor juicioso (¡si pudiera convencerte!)".

Recaigo en la monotonía y en mi amor y te cuento que eres mágica, o que eres la única diosa que he conocido, o que te vi de atrás, con un abrigo de pelo de camello y peinada con moño y colita, en la calle Tucumán y que hube de matar a alguien para poder alcanzarte, mas que finalmente desapareciste por Esmeralda. Resuelvo escribirte, pero se van pasando los días y no hago nada; sigo con la cabeza pesada, como si tuviera una corona de hierro, sin hacer nada y con mucha tristeza y con mucho cansancio... Tengo todo muy abandonado: el cuento de 1839, la novela, unos datos biográficos que me pidió Laffont... Por cierto, todo lo que te he enumerado importa poco; pero aquí no podía hacer nada mucho mejor. Comprendo que soy apenas un fantasma... De todos modos no me olvides o por lo menos trata de no olvidar de escribirme de vez en cuando. Eres la persona que más quiero; no pasa un día sin la pena y sin las dulzuras de extrañarte...

"No puedo creer que en mi futuro no haya más Francia. ¿Para qué, ahora? Me has cambiado los planes, hasta las costumbres de la imaginación. No puedo creer que no haya más viajes a Marly; que no llegue nunca a Víctor Hugo y que no te encuentre en el Chez Francis. Empiezo a imaginar un viaje en los barcos holandeses de que algún día te hablé. Saldría de aquí en abril o mayo y desembarcaría en el Japón un mes y medio después. Qué horror si te da pereza imaginar esa llegada. Pero te juro que no voy a molestarle [tachón]. Soy tan tonto que iba a decir lo que no conviene; iba a decir: «¡Seré como una sombra a tu lado!»

"[...] Yo no sé si te lo confesé, pero a mí antes me gustaban todas las mujeres (antes=antes de conocerte). Ahora las veo como si un velo se hubiera caído de mis ojos: son tontas, son feas (al cosmos le cuesta producir a una mujer linda) y son otras. Esto de que sean otras, de que ni siquiera se parezcan a ti es su más grosera e imperdonable imperfección. Además, la idea de hacer el amor con ellas me repele: qué feo, que antiestético e incómoda la postura; qué asco, qué aburrido. He descubierto la virginidad y su casi suficiente encanto...

"Yo creo que si supieras la felicidad que me traen tus cartas... me escribirías cartas muy largas. Ya sé que soy un idiota y un mal tipo; pero un idiota y un mal tipo que te adora. Vivo pensando en ti; queriéndote, extrañándote. Qué lástima haber perdido el pasaporte. ¿Recuerdas el zapato, el hermano del que tiraste en el Bois de Boulogne? Lo visito diariamente".

En palabras de Beltrán: “La última carta de la colección está fechada en Mar del Plata, el 21 de abril de 1969. Habían pasado veinte años desde la primera misiva”. La carta dice:

"Helena muy querida:

"Todos los días pienso en ti y en la Chata... En los diarios de por acá hay muy pocas noticias de México. Las que puedo darte de mí son demasiado triviales. La vidita de siempre... Menos mal que este año trabajé. Escribí una novela, El compromiso de vivir, que estoy corrigiendo; una Memoria sobre la pampa y los gauchos; un cuento, "El jardín de los sueños", y ahora un segundo cuento [ilegible]: uno y otro, Dios mío, tratan de fugas. ¿Recuerdas que en el Théåtre des Champs Elysées, en el 49, la primera noche que salimos, me dijiste que sentías gran respeto por los que huían? Me gustaría compartir hoy esa convicción. En todo caso no me parece improbable que dentro de poco me convierta en fugitivo. En la fría y solitaria Mar del Plata de esta época del año, trabajo, y, mientras tanto, estás, o creo que estás feliz... En junio o julio o agosto acaso me vaya a Europa. Cómo cambiaría ese desganado viaje si en París, en Roma, en Londres... dónde tú quieras, nos encontráramos.

Garro y Casares mantuvieron correspondencia por 20 años. Dos décadas en las que su comunión se fue incrementando a pesar de la distancia y el tiempo. Ambos eran casados y sabían que la relación no podía llevarse más allá de encuentros efímeros y cartas que resguardaban su amistad, comprensión, deseo, angustia, admiración, trabajo literario, y sobre todo, un amor fortuito que marcaría la vida de dos grandes escritores de América Latina.

Referencia

Beltrán P. (1997). Historias de amor. Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro. La Nación. Disponible en: https://www.lanacion.com.ar/cultura/cartas-de-adolfo-bioy-casares-a-elena-garro-nid213930/

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