Por: Ian Yetlanezi Chávez Flores*
El futurismo fue un movimiento de vanguardia del siglo XX. Comenzó en Italia con un manifiesto publicado en la Gazzeta dell'Emilia, en Bologna.
El texto fue escrito por el poeta Filippo Tomasso Marinetti, quien invitaba a los artistas a rebelarse contra las formas establecidas en la literatura, porque él creía que las ideas se habían mantenido estáticas durante años, y esto no ofrecía nada nuevo a las personas del siglo XX: “La literatura ha exaltado hasta hoy la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. Nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso rápido, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo”.
Con esta declaración, se entendía que el futurismo buscaba nuevas formas de creación artística, donde se apremiaba el movimiento continuo de la creación y, asimismo, se buscaba pelear para encontrar la belleza: el poeta luchaba contra las palabras.
En esta vanguardia, también se incluían nuevas tecnológicas, porque se entendía que las máquinas eran parte de nuestra vida. Es decir, el futurismo ya preveía que los humanos nos volveríamos autómatas en algún momento.
El futurismo literario fue tan atractivo para los pintores, que decidieron unirse al movimiento. Por este motivo, el 11 de febrero de 1910 publican en la revista ‘Poesía’ el “Manifiesto de los pintores futuristas”, en este texto declaran una lucha contra las ideas establecidas por los pintores académicos.
Desean plasmar el movimiento, la velocidad, el juego de colores y abstracciones provenientes del inconsciente.
Intentan combatir el pasado para recrear el arte del futuro: “nosotros queremos combatir encarnizadamente la religión fanática, inconsciente y esnob del pasado, alimentada por la existencia nefasta de los museos”.
Con esta consigna, Buccioni, Carrà y Russolo expusieron, por primera vez, sus obras futuristas en Milán.
Ardengo Soffici, un reconocido poeta, asistió a la exposición y escribió un artículo donde describía a las obras futuristas como un juego exhibicionista:
“No representan de ningún modo una visión muy personal del arte, como quizá cree algún intrépido gacetillero. No. Es más, son fanfarronadas tontas y ruines de señores poco escrupulosos, quienes ven el mundo turbiamente, sin sentido poético, con los ojos del más paquidérmico cerdo”.
Los pintores futuristas se irritaron tanto cuando leyeron el artículo de Soffici, que decidieron buscarlo por Milán para golpearlo.
Lo encontraron en el Caffè Della Giubbe Rosse, y entre críticos y pintores comenzó una pelea campal.
Carrà narró el evento de la siguiente manera: “al llegar, nos dirigimos, guiados por Palazzeschi, al Caffè Della Diubbe Rosse, donde sabíamos que encontraríamos al grupo de la Voce. Muy pronto nos señalaron a Soffici, y Boccioni le apostrofó: “¿es usted Ardengo Soffici? Ante la respuesta afirmativa, sonó una bofetada. Soffici reaccionó enérgicamente dando golpe a diestra y siniestra con su bastón. Al poco rato, el pandemonium fue infernal: mesas que se volcaban llevándose consigo bandejas llenas de vasos y tacitas, vecinos que huían gritando, camareros que acudían a restablecer el orden; incluso llegó un comisario de policía que se interpuso e hizo que acabara el problema”.
Tiempo después, los pintores futuristas fueron reconocidos internacionalmente por diversos grupos académicos, artísticos y hasta por el mismísimo Ardengo Soffici.
*Ian Yetlanezi Chávez Flores es Licenciado en Letras Latinoamericanas y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma del Estado de México. Fue asistente de investigación en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CDMX). Formó parte de un programa de investigación de la Universidad de Harvard (Policy and Institutional Research Program). Asimismo, realizó una estancia de investigación en el Instituto Centroamericano de Estudios Sociales y Desarrollo, en Guatemala. Fundó Más Literatura y ahora dirige dicha revista de divulgación cultural. Ha escrito Voyerismo en las escaleras y Open the door to Centroamérica.